¿Cómo podemos conseguir que haya más empresas grandes en Euskadi?
Casi al mismo tiempo que se conocía la desaparición de la marca Ibermática, otra empresa guipuzcoana, Uvesco, la propietaria de los supermercados BM, crecía en Madrid mediante la compra de un competidor. No es por tanto completamente cierto que cada día haya menos compañías con base en Euskadi. Pero sí es verdad que casos como los de Euskaltel, BBVA, Ticketbis, Gamesa o Vinzeo son especialmente
dolorosos. Dejemos aparte a Gestamp, que nunca tuvo su base ejecutiva en Euskadi.
Hay un fenómeno más o menos imparable de pérdida de grandes compañías que pasan a manos de multinacionales y que no son necesariamente sustituidas por otras como Uvesco, CAF, Vidrala o Sidenor, capaces de crecer desde Euskadi. Sirva un ejemplo: cuando en 1989 se introdujo la contratación informática en la bolsa española, entre las cinco primeras empresas en pasarse al nuevo sistema había tres vascas: Papelera Española, Altos Hornos de Vizcaya y Tubacex. Esta última es la única que ha sobrevivido y relativamente debilitada.
El menor peso económico de Euskadi ha tenido mucho que ver con este fenómeno, que ha ido en paralelo con el mayor dinamismo de Madrid e incluso de Valencia y últimamente también Málaga. Este fenómeno se vio ralentizado durante muchos años por la decisión de BBV e Iberdrola de invertir en nuevos negocios desde Bilbao. Gestaron Gamesa o Vinzeo y a punto estuvieron de atraer una fábrica de General Motors a Amorebieta de la mano del mítico Iñaki López de Arriortua.
El arraigo no siempre se pierde cuando un fondo extranjero o una multinacional entran en una de nuestras empresas. Unas veces los directivos siguen manteniendo parte del capital, como sucede con el fabricante de siliconas Silam, que también ha sido noticia esta semana. Otras veces los profesionales que trabajaban para la firma adquirida aprovechan todo lo aprendido para crear una nueva empresa
Nadie ha suplido el papel que realizaba hasta este siglo la corporación IBV que montaron ambas entidades, aunque el Gobierno vasco lo está intentando en los últimos años a través de pequeñas participaciones en ITP, CAF o Kaiku. También hay que destacar la labor de las diputaciones con sus fondos de capital riesgo y, sobre todo, el de José Poza, el fundador de Másmóvil, que está reinvirtiendo en empresas locales parte de lo que se embolsó con la venta de esta compañía.
Este informático es de hecho uno de los garantes del arraigo de Uvesco a través de uno de los fondos de su fundación Artizarra. Por hacer una comparación, su papel es el más parecido al que desempeña en Valencia Juan Roig, el presidente de Mercadona, a través de Lanzadera y Angels, que aceleran e invierten en startups.
De todas formas, el arraigo no siempre se pierde cuando un fondo extranjero o una multinacional entran en una de nuestras empresas. Unas veces los directivos siguen manteniendo parte del capital, como sucede con el fabricante de siliconas Silam, que también ha sido noticia esta semana. Otras veces los profesionales que trabajaban para la firma adquirida aprovechan todo lo aprendido para crear una nueva empresa. Véase en este sentido lo sucedido con la antigua Tesa, hoy Assa Abloy, génesis de Salto Systems, uno de los más significativos y recientes campeones ocultos vascos.
Pero es cierto que hay un buen número de multinacionales que están hoy presentes en Euskadi tras comprar una firma local y que el día menos pensado pueden hacer las maletas. Desde Mercedes hasta Nestlé (la antigua Miko), sin olvidar a Unilever (antes Agra), Siemens Gamesa, Bridgestone, Michelin, Pepsico (antes Kas), ArcelorMittal o Coca Cola. Quien decide de verdad está a miles de kilómetros de distancia y lo único que le interesa es, en el fondo, que el excel le cuadre a final de año.
En el mundo teórico en el que todavía vive Otxandiano, todo es posible con el infinito dinero público. Pero a la hora de la verdad, las empresas públicas casi nunca funcionan
Para evitar este riesgo proponía hace unos días Pello Otxandiano, el nuevo líder de Bildu, que el Gobierno vasco cree nuevas empresas. Y claro está, que luego no las venda al mejor postor como denunciaba que había ocurrido con Euskaltel. ¿Es realista su planteamiento? En el mundo teórico en el que todavía vive Otxandiano, todo es posible con el infinito dinero público. Pero a la hora de la verdad, las empresas públicas casi nunca funcionan. Sus trabajadores se acomodan y la dirección no tiene estímulo alguno para innovar.
Por si fuera poco, pueden llegar a ser contraproducentes. Es poco conocido que en sus primeros momentos la existencia de Euskaltel hizo que otros operadores decidieran no entrar en el mercado vasco. Veían a la compañía que terminó presidiendo un ex lehendakari como un actor apoyado por las instituciones que generaba una competencia imperfecta en Euskadi. Por ejemplo, Jazztel, donde yo trabajaba, tomó la decisión de no desplegar infraestructura en el País Vasco. El resultado lo pagaron los usuarios vascos en forma de mayores precios.
Andoni Ortuzar tenía bastante razón cuando, en pleno Aberri Eguna, dijo que Euskaltel podría dar un servicio "muy soberano" pero "de txalaparta". El Gobierno vasco hizo lo correcto poniendo las condiciones adecuadas para que se gestara un operador local pero quizás se excedió en la forma de hacerlo. Basta recordar que Ibercom, lo que luego sería Másmóvil, denunció a Euskaltel al poco de su creación por regalar el servicio de acceso a Internet. Pese a no tener el mismo apoyo institucional, terminó siendo más grande y comiéndose a la compañía pública, mucho menos dinámica. Eso sí, los gestores de Euskaltel, casi todos nombrados a dedo por sus relaciones políticas, cobraron buenos bonus.
Los empresarios ambiciosos e innovadores siguen siendo necesarios para que en Euskadi haya compañías grandes. El problema es que cada día tenemos menos de estos y los que tenemos se van cansando de dejarse la vida en un entorno en el que no se valora su dedicación
Aunque el actual Gobierno vasco ha aprendido la lección y prefiere apoyar a las empresas privadas más que competir con ellas, hay algunas excepciones. Una de ellas es Data Center Euskadi, un proyecto en el que resulta difícil entender qué pinta la administración y hasta un ex político liderándolo. La otra, mucho más razonable, es Basquevolt, que aspira a fabricar en Vitoria-Gasteiz baterías de estado sólido. En este último caso, dado lo incipiente e incierto de la tecnología y el negocio, es más comprensible que haya intervención pública.
Así que la única conclusión válida es que los empresarios ambiciosos e innovadores siguen siendo necesarios para que en Euskadi haya compañías grandes. El problema es que cada día tenemos menos de estos y los que tenemos se van cansando de dejarse la vida en un entorno en el que no se valora su dedicación. Lamentablemente, en Euskadi sigue habiendo muchas personas que ven al empresario como un ser apestoso que explota a sus trabajadores y tiene muy pocos escrúpulos. Así que es comprensible que se cansen y, en cuanto reciben una buena oferta, abandonen y dejen el negocio en manos de una firma foránea. O cambiamos esa cultura o no habrá más empresas. Esto es lo más importante.