Imagen de archivo del Tribunal Supremo, en Madrid

Imagen de archivo del Tribunal Supremo, en Madrid EUROPA PRESS

Opinión EL APUNTE DEL DIRECTOR

El Supremo, el Constitucional y la gente corriente

4 julio, 2024 05:00

La judicialización de la vida pública en España es un hecho consumado contra el que poco puede hacerse. Que los ciudadanos estemos oyendo noticias constantes sobre la renovación del CGPJ o las sentencias del Tribunal Supremo o el Tribunal Constitucional puede hasta entrar dentro de lo lógico. Pero la cosa empieza a mutar en disparate cuando cunde la sensación, al menos entre la gente corriente, de que esas decisiones judiciales están motivadas por la ideología de los magistrados. 

Esta misma semana hemos visto que la Sala Segunda del Supremo opta por no aplicar la Ley de Amnistía en el caso de los dirigentes independendistas condenados o procesados por el 'procés'. Además, hemos visto al Constitucional rebajando las penas a políticos condenados por la trama de los ERE de Andalucía. En ambos casos, por supuesto, las decisiones se justifican con interesantes argumentos jurídicos cuyo análisis dejaremos para los expertos en Derecho. 

Lo relevante es que también en ambos casos parece -y lo dejamos en parece- que los colores e intereses políticos influyen en tales decisiones. Adoba esa sensación la actitud de algunos partidos que por acción u omisión se ocupan de sugerir la motivación ideológica de los magistrados. No pocos medios de comunicación están en esa misma línea, sea por convicción real o sea porque lo demandan sus parroquianos o sus propietarios. 

Es innegable que España no tiene el mejor sistema de contrapesos entre poderes, por mucho que tantos insignes tertulianos repitan -cuando conviene a su bando, claro- eso de que el Estado de Derecho funciona a las mil maravillas y siempre se impone. Algunos llevamos muchos años defendiendo que nuestra democracia requiere de grandes mejoras porque padece de fuertes dolencias que el bipartidismo -ahora de vuelta- edificó en su momento y ahora no quiere derribar.   

Mantener las cosas como están, con tantos privilegios, tantas corruptelas y tantas prebendas ocultas, sólo ayuda a desprestigiar el sistema y a hacer crecer a los populistas y fiesteros de nuevo cuño. Y, lo más importante, contribuye a alejar cada vez más de la política -ay, la desafección, ay, la abstención- a la gente corriente.