Las calles de Bilbao estaban casi desiertas durante el confinamiento.

Las calles de Bilbao estaban casi desiertas durante el confinamiento. Efe

Opinión

Cinco años del confinamiento por la pandemia: aquellos días extraños

Los cien días confinados nos sirvieron para aclarar prioridades, conocernos mejor y despejar algunas incógnitas

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En las últimas semanas abundan los reportajes que rememoran cómo cinco años atrás un virus tan inesperado como inexplicable nos cambió la vida. La memoria siempre es traicionera. Y los datos suenan demasiado fríos o acaso inconcebibles por el paso del tiempo. No resulta sencillo pero se antoja necesario volver a aquellos días. 

Todo empezó el 15 de marzo de 2020. Ese domingo se inició el confinamiento de 47 millones de españoles a través del estado de alarma decretado por el Gobierno central para frenar la pandemia del coronavirus. Pandemia que zarandeó al mundo y dejó al descubierto nuestra fragilidad.

Encerrados, sí, aunque pareciera increíble. Nos zambullíamos atónitos en una suerte de sueño propio de un esperpento valleinclanesco. Aún noqueados por una realidad que parecía ficticia, entre pellizco y pellizco, nos adentrábamos en un terreno antes no hollado.

El confinamiento, en imágenes

El confinamiento, en imágenes Efe

No se puede escribir de aquellos días sin olvidar la magnitud de la tragedia y, menos aún, a sus víctimas, que como todo el mundo sabe fueron demasiadas y también demasiado invisibles, convertidas en una gélida cifra que unos señores explicaban en ruedas de prensa, que los periodistas transmitían con la rapidez que requería el momento y que los ciudadanos recibían con una sensación de irrealidad.

Especial recuerdo requiere el enorme y terrible drama vivido tanto en los geriátricos como en los hospitales. Toneladas de sufrimiento, en suma, que formaban parte de una realidad entre cambiante y confusa pero sin duda también extraordinaria y, por ello, apasionante. 

Cada uno recuerda aquellos momentos a su manera. Yo tuve la suerte de reflejar cada uno de los cien días que duró el confinamiento en un diario que escribía en mi periódico de entonces, 'Vozpópuli'. En "Diario de una familia enclaustrada" narré mis sensaciones en cien artículos que luego recopilé en un libro que ahora reutilizo para que estas líneas tengan algún sentido. 

La soledad de Puppy, en el Guggenheim, durante el confinamiento.

La soledad de Puppy, en el Guggenheim, durante el confinamiento. Euskadi.eus

Para mí aquel período siempre se llamará, como esa obra citada, "los días extraños". Nunca podremos olvidarlos. Fueron, huelga decirlo, los días más extraños de nuestras vidas

Lo fueron porque no hemos vivido algo semejante en nuestra existencia y porque, aunque lleguen otras pandemias y otros confinamientos, jamás volveremos a sentir lo mismo que entonces sentimos. Porque nos ocurrieron cosas que nunca imaginamos que podrían suceder. Porque lo insólito aparecía como normal y nuestros hábitos se convertían en quimeras. Porque las costumbres saltaban por los aires y nada era igual que antes.  

La película era un tanto apocalíptica porque tenía, por vez primera, las calles vacías y las mascarillas agotadas

La prueba de que nos gobernaba la extrañeza es que incluso cuando habían pasado unas cuantas semanas de confinamiento a veces nos teníamos que volver a pellizcar para creer lo que estábamos viviendo. Se convirtió en un tópico, repetido en miles de conversaciones, eso de que parecía que andábamos inmersos en una película.

La película era un tanto apocalíptica porque tenía, por vez primera, las calles vacías y las mascarillas agotadas. Nos instalamos en un estado de duda más robusto que el propio estado de alarma. Éramos presos de esa incertidumbre viscosa que aún perdura, aunque menos presente, en la memoria. 

No caeré en la cursilería de defender que durante los cien días de confinamiento salió a relucir lo mejor del ser humano pero tampoco me sumergiré en esa visión oscura de quienes aseguran todo lo contrario. Los hechos, como acostumbran, no fueron tan blancos ni tan negros. Lo innegable es que aprendimos mucho de nosotros mismos, tanto en el plano individual como en el social. La pandemia sirvió para aclarar prioridades, conocerse mejor y despejar algunas incógnitas.

Descubrimos, por ejemplo, conceptos y mundos que nos eran ajenos y ahora ya son cotidianos. Pudimos huir de esa villana que es la prisa y detenernos a reflexionar más que nunca. Y, por supuesto, comprobamos que hay algunas cosas, quizás menos de las que quisiéramos pero ahí están, que ni siquiera el coronavirus podría hurtarnos.

Supimos asimismo que los políticos hacen más politiqueo que política en los momentos más duros, que es posible un hermoso aplauso común para los sanitarios que se la jugaron por todos o que el paraíso está en las terrazas

Asimismo confinados sacamos unas cuantas lecciones que conviene no olvidar. Algunas de ellas resultan decisivas para el futuro. No hablo de esas sesudas reflexiones sobre la mansedumbre de las sociedades occidentales, sobre el ruido de nuestras calles, sobre los defectos del sistema sanitario o sobre le necesidad del periodismo en esta época de fake news y bulos. Lo importante es el aprendizaje más práctico. Ahora ya sabemos, por ejemplo, que incluso es factible vivir sin fútbol en la tele, pero no sin cervezas en la nevera.

Los aplausos a los sanitarios desde los balcones fueron una constante en el confinamiento.

Los aplausos a los sanitarios desde los balcones fueron una constante en el confinamiento. RTVE

También entendimos que, digan lo que digan los epidemiólogos y los gobernantes, en cuanto cierren los chinos del barrio hay verdaderos motivos para la preocupación. Comprendimos que el teletrabajo no es tan maravilloso ni tan dramático como creíamos, que el suministro está garantizado en los supermercados, que tener perro te garantiza más paseos que criar niños, que las cañas virtuales tienen sus ventajas, que hay muchos delatores en las ventanas...

Supimos asimismo que los políticos hacen más politiqueo que política en los momentos más duros, que es posible un hermoso aplauso común para los sanitarios que se la jugaron por todos nosotros, que las trabajadoras más importantes están en los supermercados o que el paraíso está en las terrazas o balcones, únicas zonas no ocupadas por el miedo al virus. 

Aquel 15 de marzo de hace ya cinco años se quebró nuestra rutina como nunca antes nos había pasado. Durante cien días confinados nos ocurrieron cosas que nunca imaginamos que podrían suceder. Viajamos a un mundo inhóspito sin salir de casa.

Primero estuvimos encerrados a cal y canto y después pasamos a esa "desescalada" también atípica para "volver a la normalidad", sí, pero ya con mascarilla para un tiempo. Luego llegarían los paseos por turnos y las restricciones de movilidad, que también se alargaron pasado el confinamiento.

Cada uno tiene su propio recuerdo, jalonado por sus vivencias, sean amargas o dichosas. Cada persona lo rememorará con arreglo a sus padecimientos y alegrías, sus condicionantes y sus circunstancias, sus temores y sus ideas, por supuesto, pero hubo una realidad confusa que merece revisarse, aunque sea de año en año, para que la memoria no nos traicione

La Virgen Blanca de Vitoria, vacía.

La Virgen Blanca de Vitoria, vacía. Archivo

*La mayor parte de este texto forma parte del libro 'Los días extraños' (Amazon), editado por el autor