
Imagen del apagón producido este lunes en España / EFE
Acaba de volver la luz en Bilbao. Ha sido poco menos de hora y media. Sin luz, con pocos datos, sin radio y con la batería del móvil a la mitad. Básicamente aislado.
Mientras vuelven los datos con cuentagotas, me voy enterando de que el Metro de Bilbao ha cerrado, que sus pasajeros han salido a oscuras, que hay gente atrapada en ascensores, que en Madrid los policías locales se han transformado en urbanos de casco y guantes blancos, que intentan regular el tráfico a toque de silbato y aspavientos, que hay aeropuertos no operativos, hospitales bajo mínimos...
Abro la nevera y tengo un yogur y un sobre de jamón. Es lunes, no he ido al súper. En el armario de la cocina arroz, algo de pasta y legumbres. Lleno de agua todas la botellas que tengo. Busco, y encuentro, una linterna con sus pilas.
Hago una lista de cosas que necesito, para obtenerlas, no digo comprarlas (me voy creciendo) en cuanto pueda
Mi cocina es de gas, así que de momento puedo cocinar, pero rescato el camping gas que duerme el sueño de los justos en una caja, desde la década de los noventa del pasado siglo. Apunto comprar, o si se pone la cosa muy cruda, robar las bombonas de gas necesarias para que funcione.
Limpio la bañera con lejía y agua por si la tengo que llenar de agua. Hago una lista de cosas que necesito, para obtenerlas, no digo comprarlas (me voy creciendo), en cuanto pueda: gasoil para el coche, velas, latas de comida, agua embotellada,.... y mucho papel higiénico.
Radio de pilas y pilas. Un cargador solar. Ibuprofeno, aspirinas, vendas, antiséptico…
El ciberataque es una posibilidad. Y pienso en Israel y las balas que hemos devuelto, al tiempo que coloco sobre la mesa del comedor los utensilios defensivos de los que dispongo
El móvil conecta finalmente una emisora de radio. Cuentan que no se sabe que ha pasado. Puede ser lo que se nos ocurra. El ciberataque es una posibilidad. Y pienso en Israel y las balas que hemos devuelto, al tiempo que dispongo sobre la mesa del comedor los utensilios defensivos de los que dispongo. A saber, una azagaya zulú que compré cerca de Durban en 2002, una makila con punta afilada escondida en el mango que me regalaron en el Gobierno vasco en 1994, un bokken que mi hijo que se dejó en casa cuando voló del nido y un gladio de palo que me trajo el mismo cachorro de Roma, 2013 y 2008, respectivamente. Estoy jodido si esto se transforma en Last of us.
De repente llega la luz y me pongo a escribir para entregar a tiempo, o antes de que se vaya de nuevo la luz. Lo que pase primero. La radio dice que se sigue sin saber nada. Que en otros lugares continúan sin energía. Que se espera una comparecencia en breve de alguien que explicará que no se sabe nada.
Pero yo tengo luz y me preparo para ir al súper, a llenar el coche, a robar una armería, a asaltar una farmacia. Ya saben, cosas de supervivientes. Mientras, una pregunta me ronda y una duda me corroe ¿Si esto pasa en el Vaticano, habría cónclave?