Hace tan solo unos días tuve la suerte de charlar en público con un filósofo de esos que aseguran que no te van a dar respuestas, pero que consiguen lo que mejor se les da y que tan importante es: hacerte pensar.

Pensar. Ese fantástico ejercicio que entrenamos poco. Tan poco, que en muchos casos lo abandonamos. Hemos dejado de lado algo tan importante como es el pensamiento crítico. Al parecer es más cómodo que piensen por nosotros, y así nos evitamos esa “incomodidad” que supone pensar, y no digamos nada si además aspiramos al espíritu crítico. Y encima, no a todo el mundo le pagan por pensar.

Ironías al margen, ceder a otros nuestra capacidad de pensamiento, dejar de entrenar el pensamiento crítico es lo que está permitiendo que algunos se aprovechen de esa cesión. El resultado es que nos convertimos en mucho más vulnerables y a quienes intentan influir en nosotros, para bien o para mal, les resulta infinitamente más sencillo.

Dejar de entrenar el pensamiento crítico es lo que está permitiendo que algunos se aprovechen de esa cesión

Me pillan estas reflexiones que implican una necesaria vuelta a los filósofos del pasado, que durante tantas generaciones nos han permitido crear ese pensamiento crítico, cuando estalla una polémica de alcance en torno a un festival de cantantes que en su momento servía para tenernos a todos pegados al televisor, y ahora es una plataforma perfecta para vender recetas claramente ajenas a la música.

El ejemplo de Eurovisión es paradigmático en esto del pensamiento critico y de la conciencia social, o más bien de su ausencia. Obviando que lo lo fundamental de un evento musical tendría que ser la música, la realidad es que desde hace ya muchas ediciones se ha convertido en una plataforma política y de proclama. Planteamientos políticos y proclamas que se van colando y calan como la lluvia fina sin que la mayoría, ni siquiera nos lo planteemos.

La plataforma no puede ser más propicia, millones de personas sentadas frente al televisor para ver un espectáculo al que siguen los denominados eurofans con absoluto deleite. Y “entre col y col, cebolla”. Una vez más este año, y como ya viene siendo habitual, la polémica no se produce por cuestiones artísticas, la polémica se genera por razones políticas e ideológicas. La presencia de Israel en el certamen ha levantado ampollas para muchísimos ciudadanos y ciudadanas que ven con estupor como el país que está masacrando Gaza, se sube a un escenario como si no pasará nada, o peor aún, como si fuera la única víctima.

Una vez más este año, y como ya viene siendo habitual, la polémica no se produce por cuestiones artísticas, la polémica se genera por razones políticas e ideológicas

Los a favor y los en contra se han ido multiplicando en el trascurso de los días y la polémica con más de víscera que de espíritu crítico, ha conocido su momento más álgido cuando los comentaristas de Televisión Española en una de las semifinales se hacen eco de la cifra de muertos. Por cierto un dato objetivo. La organización llama la atención por escrito al ente que resuelve el conflicto el día de la final con un escueto pero contundente comunicado previo.

El resultado final es que Israel queda en segunda posición con los 12 votos del público español. ¿Se ha votado la música o nos hemos posicionado respecto al conflicto?. Habrá de todo pero en cualquier caso, la situación ya se utiliza con fines que no son precisamente musicales.

Había otra opción que era retirarnos al no compartir las reglas del juego. Tal vez esa habría sido la más digna y desde luego la más revestida de conciencia social. Pero no podemos usar aquello de lo que carecemos…

Recuperar el pensamiento crítico y la conciencia social debería ser una prioridad para todos. Nos ayudaría mucho volver a los planteamientos filosóficos de antaño: socráticos, platónicos, aristotélicos, escépticos…elijan la corriente que más les atraiga y si son varias y las mezclan mejor, porque individualmente no lo aportan todo pero agrupadas, dan claves maravillosas para los tiempos que corren.

Ojalá volviéramos a los clásicos no para buscar respuestas, sino para hacernos preguntas, para generarnos dudas, para permitirnos reflexionar individual o colectivamente. Para recuperar el espíritu crítico.