Soy de las afortunadas que ya han disfrutado de sus vacaciones. Digo lo de afortunada porque vivimos con la sensación de que todo está a punto de estallar, de desaparecer, y dejarnos sin saber por dónde tirar. Aquello de no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, el famoso Carpe Diem que, por cierto, he visto tatuado en las pieles de todo tipo de personas, ha dejado de ser un deseo y se ha hecho carne. Vamos, que por si acaso alguien se despierta con ganas de que las bombas estallen cerca de nuestra casa, estamos intentando atrapar cada momento que vivimos.
No es para menos. En estos días de reivindicar el derecho a la pereza y la horizontalidad confieso que me ha costado cambiar el registro mental o directamente apagarlo. La desconexión total ha sido imposible dada la voracidad de la actualidad política estatal e internacional. He ido saltando de Ábalos a Trump, de Irán a Navarra, de Cerdán a Teheran y de Koldo a Israel sin solución de continuidad.
A menos que te escondas en un lugar sin conexión de ningún tipo, es imposible abstraerse de tanta podredumbre y de tantos corruptos, corruptores, puteros y malhechores. Por cierto que lo de la prostitución y la corrupción va muy unido, sea quien sea el perfil ideológico del personaje de la trama. Desde el famoso “volquete de putas” pasando por el Tito Berni o el diseño de la estrategia para ejercer el puterío mientras se dan mítines en pueblos, todos los corruptos han mezclado “negocios” con prostitución o han utilizado esta para conseguir mayores beneficios.
Hablo en masculino de corruptos porque son el 80% de quienes se lucran de manera ilícita utilizando sus privilegios políticos. Solo el 20% de la corrupción es ejercida por mujeres. Curioso.
Pero a lo que iba, a la imposibilidad de abstraerme de un nivel informativo que me ha hecho saltar de un boletín a otro, de un telediario al siguiente, estar pendiente de las notificaciones de las “últimas horas” y hacer el seguimiento a cada newsletter recibida.
Puede que sea la famosa deformación profesional, pero lo cierto es que no he conseguido apartarme de la información de verdad, la que nos sirven los y las profesionales que se dejan la piel por acercarnos las noticias tal como son. Y cuando lo que queremos es análisis, ya sabemos dónde buscarlo; en ningún caso en los perfiles de redes sociales de los intrusos periodísticos que tanto confunden, mienten, manipulan y tergiversan la verdad, una verdad a la que ni siquiera sabrían cómo acceder.
Hace unos días se publicaba el Informe sobre Información Digital del Instituto Reuters. En él se asegura que la mayoría de los y las españolas señalan a sus políticos como principales desinformadores.
Se añade además que los medios tradicionales están perdiendo protagonismo frente a influencers y creadores de contenidos. No hay contenido para tanto creador de contenido, créanme. Porque realmente no crean nada, sino que se acercan a la información y como si de plastilina se tratara, la adaptan a sus intereses. Por eso me preocupa que aumente considerablemente el número de personas que se informan a través de las redes sociales, tanto como hasta un 54% en lugares como EEUU, mientras que los telediarios se quedan en un 50% y las aplicaciones de los medios tradicionales en un 48%.
Esto significa, cómo apuntaba el investigador Dámaso Mondéjar, que esos intrusos periodísticos reempaquetan la información a su manera y, aún sin ser periodistas, contribuyen a la creación de noticias y su difusión. Esto es tremendamente peligroso porque adultera por completo los datos y la veracidad de lo que recibimos como información fidedigna.
Como quiera que todo este caudal de noticias se recibe a través de las redes sociales, lo que nos llega no es lo que nos gustaría leer o escuchar, sino lo que un algoritmo muy personalizado quiere que leamos o escuchemos. Ya con eso somos menos libres y, por lo tanto, más manipulables.
Hasta hace relativamente poco tiempo no dábamos importancia a los famosos influencers ante los que nos sentíamos impermeables. Pensábamos que solo pretendían vendernos un producto. No nos equivocábamos porque nos querían vender, y nos venden, un producto ideológico muy concreto. Curiosamente, las ideologías de derechas son bastante más hábiles que las de izquierda para manipular a través de intrusos periodísticos bien aleccionados.
¿Hasta cuándo permitiremos que esos nuevos creadores de contenidos, que no periodistas, nos hagan llegar sus mensajes por tierra, mar y aire? Es una labor que empieza en cada uno de nosotros, en encontrar los medios a los que queremos seguir y de los que poder fiarnos para no tener informaciones sesgadas o directamente falsas.
Va a ser difícil que este verano nos escapemos de la vorágine informativa, pero si al menos logramos escapar de los intrusos contribuiremos a que el grano no se pierda entre la paja.