Al turrón. Nadie ha pedido mi opinión, ni falta que hace.
Los campamentos de verano, las colonias de mis tiempos mozos, los scouts (aquí eskautak) y otras hierbas como los cursos de inglés en Margate o la escuela de pilotos de Fernando Alonso, son los aparkalekus de infantes y adolescentes que los progenitores utilizamos en verano para no volvernos locos. Punto.
Con esta premisa, hay madres y padres previsores que buscan, investigan, eligen y colocan dónde mejor les parece a sus herederos, y hay otras y otros a los que les pilla el toro y mandan al vástago a lo que queda, sin mirar mucho de que va la vaina. Todo vale.
El resultado es el mismo: quince días de descanso antes de afrontar, no importa el orden, el resto del verano con una convivencia full equipe trufada de findes alegres y combativos en las jaiak del entorno. Unas jaiak con muchos más peligros que cualquier campamento de verano, por cierto.
Yo misma, entre mis trece y diecisiete años, frecuenté, junto a mis hermanos, las colonias que la Caja de Ahorros tenía en Villarcayo (Burgos) y Albelda (La Rioja) y el campamento que la parroquia de Begoña (basílica) instalaba en Angosto (Álava).
Aquello era una extensión del colegio, con más calor y avispas, y con piscina. No lo recuerdo como una fiesta, pero tampoco como un drama
En las primeras, era el tardo franquismo con don Claudio aún vivo (ya saben el chiste: no tengo la suficiente confianza para llamarle Claudillo), dormíamos en una especie de colegio mayor enorme, llevábamos uniforme y existía una disciplina bastante férrea en cuanto a horarios, comidas, salidas, etcétera. Aquello era una extensión del colegio, con más calor y avispas, y con piscina. No lo recuerdo como una fiesta, pero tampoco como un drama.
Todo cambió el año que mi hermano y yo fuimos a Angosto. Verano del 75. Dos hileras de tiendas de campaña, un edificio común para cocina, comedor y baños, el río cerca. Vientos de libertad, don Claudio palmando, ikurriña clandestina, debates, participación, entusiasmo, responsabilidad compartida fomentada por los monitores. Por supuesto, también había misas al aire libre, con canciones y guitarras. Y para colmo, un suceso aledaño que nos flipó muy mucho.
¡Tetas! (supongo, en mi heterosexualidad, que para algunos serían culos y pitos) ¡Hay tías en tetas en la iglesia! La noticia corrió como la pólvora y las escapadas clandestinas entre nuestra instalación y el vecino Santuario de Nuestra Señora de Angosto se sucedían con esa mezcla de placer oculto, peligroso y clandestino.
Un numeroso grupo de hippies, ellos y ellas, algunos extranjeros, se albergaban en la instalación religiosa y sí, ¡había pelotaris! O nudistas, o naturistas, ¡la bomba! ¡Que despelote! (nunca mejor dicho).
Nuestra dicha duró poco. Lo que tardó la Guardia Civil en desmontar el tinglado y llevarse detenidos a los organizadores. Eran peligrosos activistas antimilitaristas y objetores de conciencia que se agrupaban en torno a las enseñanzas y postulados de un italiano bastante famoso en aquellos años: Lanza del Basto. Celebraban una especie de congreso en el que hasta vendían merchandishing. Yo tuve una temporada un colgante de cerámica con un casco militar del que emergía una flor. Muy transgresor todo. Grandola Vila Morena in the mind.
No se entiende la parte en la que el Gobierno vasco negaba dicho registro
Esta chapa pretende contextualizar el asunto del campamento de Bernedo. Y separar temas que algunas personas están muy contentas de mezclar. Por lo que se puede saber, expurgando las confusas informaciones publicadas, el campamento de la localidad alavesa es un clásico del panorama veraniego vasco. La sociedad que lo regenta está constituida y registrada en el Gobierno vasco desde 1994 y entre sus actividades está la organización de colonias y campamentos. Por este lado ninguna sorpresa. Así que no se entiende la parte en la que el Gobierno vasco negaba dicho registro.
Por otro lado, parece que la asociación responsable, anunciaba que los pilares de sus campamentos son el euskera, la naturaleza, el feminismo, la inclusividad y la diversidad. Explicaban que sus campamentos son un “espacio seguro para todas las personas, independientemente de sus características personales, físico, identidad de género, expresión de género, orientación sexual, raza, etc" y que promueven un "ambiente de cuidado mutuo entre educadores, niñas, niños y jóvenes, y entre sí, celebrando la diversidad de todos y mostrando a la infancia los beneficios del respeto y el cuidado mutuo desde una perspectiva feminista. Creemos que solo así podemos garantizar un entorno saludable, cómodo e inclusivo". Cero sorpresas también sobre la filosofía.
Ahora, una vez concluido el periodo vacacional, con todos los jóvenes de vuelta, sin aparentes bajas ni mayores problemas, morenos y bien alimentados, alguna madre o padre, o ambos, han decidido escandalizarse y denunciar. Veamos las denuncias y separemos el polvo de la paja.
De las denuncias publicadas, decía, hay algunas que no dejan de ser chascarrillos mal intencionados y otras que, si son ciertas, son constitutivas de delitos y deben investigarse
Para comenzar, digamos que el sostén de dichas denuncias son los testimonios de algunos, no todos, ni la mayoría, que yo sepa, de los adolescentes. Esto no les da ni les quita valor. Solo enmarca el tema. De las denuncias publicadas, decía, hay algunas que no dejan de ser chascarrillos mal intencionados y otras que, si son ciertas, son constitutivas de delitos y deben investigarse.
Una. Se duchaban todos juntos. En fin, nada inhabitual en campamentos, piscinas, equipos de fútbol, etcétera. Ningún delito y mucha hipocresía.
Dos. Las monitoras hacían topless ¡Madre de Dios! ¿En serio? ¿Hay que comentar esto? ¡Serán las primeras tetas que hayan visto! Una mamarrachada puritana que raya en el integrismo.
Tres. Chuparle el dedo del pie a un monitor. Una guarrada de mal gusto. Una imposición intolerable que no es delito, pero sí algo de que debe revisarse y corregirse. Suena más a novatada cutre que a maldad. Veremos.
Cuatro. Un presunto caso de acoso sexual. Se debe investigar su veracidad y castigar con la máxima dureza si se confirma. Lo más grave. Lo único, de hecho.
Las agresiones sexuales se dan porque hay personas que las cometen, no por la condición sexual de las mismas o por su identidad, real o ficticia, de género
Sin embargo, hay que decir, alto y claro, que el acoso sexual, las violaciones o los tocamientos no ocurren porque la ideología de un campamento sea más o menos feminista, o porque haya monitores que fuman marihuana, o mentores que sean trans. Para nada. Esa es la trampa del escándalo publicado y exagerado. Las agresiones sexuales se dan porque hay personas que las cometen, no por la condición sexual de las mismas o por su identidad, real o ficticia, de género. Como tampoco te da más puntos para violador ser de izquierdas, o militar, o cura, o de VOX.
Hay abusos en los eskautak, los había en la OJE, por supuesto en la Iglesia Católica, en el mundo del cine, en las empresas, incluso en las familias, ¡pásmense ustedes! Y a nadie se le ocurre poner en solfa a dichas organizaciones o instituciones. Se pide el castigo del culpable y un mayor control ante este tipo de situaciones.
Señalar, como se está haciendo, a un activista trans, al parecer miembro de la asociación que regenta el campamento en cuestión, y con el que no comparto ideológicamente casi nada, como supuesta explicación de lo sucedido es, en el mejor de los casos, una cancelación con un sesgo ideológico muy concreto, que solo persigue recortar derechos, no defender a nuestros hijos. No nos confundamos.