Trump amplía la prohibición de entrada a Estados Unidos a ciudadanos de varios países
Un gobierno, como el de Estados Unidos, poco dado a las letras, acaba de dar a conocer un documento en el que en treinta y tres páginas explica cómo se propone hacer de Estados Unidos un lugar “más seguro, rico, libre, grande y poderoso que nunca”. Eso es la Estrategia de Seguridad Nacional del gobierno de Donald Trump.
Comienza por América Latina, a la que se refiere como “su” hemisferio y se reclama heredero de la doctrina Monroe, hasta el punto de anunciar su política en ese espacio como un “Corolario Trump” a dicha doctrina. Sin mucho que ver con el discurso de James Monroe en 1823 (motivado por la crisis del imperio español en América), se usa aquí la idea de una 'doctrina Monroe' como equivalente de la política del big stick de Theodore Rossevelt a principios del siglo XX. Lo que añade ese enfático nuevo corolario es que anuncia sin rubor que la pretensión es quedarse con los recursos de todo el continente, es decir, lo que ya está procurando en Venezuela.
Si la libertad ni se menciona para América Latina, para Europa se hace, pero con el fin de criticar abiertamente el proyecto de Unión Europea. En el Viejo Mundo, la estrategia norteamericana pasa por potenciar aquellas opciones políticas que sean críticas con la idea federal de Europa y que defiendan el retorno de fuertes identidades y soberanías nacionales. Es decir, Vox y compañía.
La crítica al proyecto europeo se quiere sostener apelando a la pérdida de peso europeo en el producto bruto global sin tener en cuenta otras variables
En el más puro estilo de la ultraderecha global, este informe se sostiene, en buena parte, sobre bulos, datos inventados o, simplemente, conjeturas sin soporte. Por mencionar un ejemplo: la crítica al proyecto europeo se quiere sostener apelando a la pérdida de peso europeo en el producto bruto global, sin mencionar que está contrastando datos de un mundo sin China y otro en el que el gigante asiático se va comiendo no solo a la UE, sino también a su propio país.
En este caso, sin embargo, puede decirse que en el bulo precisamente está el proyecto al desnudo. Cuando se señala a Europa como un proyecto débil frente a la inmigración masiva (sin dato alguno, por supuesto) o a América Latina como un espacio que EEUU tiene que controlar para evitar el narcotráfico, el terrorismo y la inmigración (sic), lo que Rubio y su equipo están descartando es la existencia de Occidente como un concepto geopolítico.
Occidente comenzó a ser un concepto político más o menos en la época, precisamente, de James Monroe. La gran pensadora Germaine Necker, más conocida como Madame de Stäel, fue pionera en ese uso, que popularizó luego el fundador de la sociología August Comte. Se trataba de añadir a la división norte-sur (la que usó, por ejemplo, Hegel), otra este-oeste, en ambos casos para delimitar civilizaciones, formas de entender la cultura, la sociedad, la política y la economía.
Si para Hegel lo determinante era la diferencia entre el norte protestante y el sur católico, para Stäel y Comte, la diferencia había que establecerla entre un Occidente liberal y un Oriente autocrático.
Ese oriente era Rusia, que desde el Congreso de Viena (1815) era un actor determinante en Europa. Potencia europea desde Pedro el Grande, nación cristiana (de hecho lideró la Santa Alianza), fundamental en el equilibrio de poderes europeo, pero, definitivamente diferente. Lo que distinguía a Rusia era la autocracia, el absolutismo patrimonial del zar, con toda su consecuencia social y económica. Como todo estereotipo, el de la Rusia autocrática del siglo XIX sirvió para que Europa y Estados Unidos se reconocieran como Occidente. La revolución bolchevique de 1917 y la guerra fría después de 1945 no hicieron sino acrecentar ese contraste.
Ya no existe ese Occidente y la prueba más contundente es que Rusia queda integrada plenamente en un mismo espacio con los Estados Unidos según su estrategia de seguridad
Esta forma de entender Occidente como un espacio liberal y posteriormente constitucional y democrático es la que ahora la extrema derecha da por finiquitado. Ya no existe ese Occidente y la prueba más contundente es que Rusia queda integrada plenamente en un mismo espacio con los Estados Unidos según su estrategia de seguridad.
Si hay un impedimento para esa regularización de Rusia es, de nuevo, esa fastidiosa Unión Europea que insiste en preservar en Ucrania valores en los que ya no creen las potencias del nuevo orden autocrático. De ahí el interés norteamericano en que en Europa también acaben por imponerse las opciones políticas autocráticas, como la de Orban en activo y la de Vox en proyecto.
Sin Occidente de referencia, Europa deberá optar por integrarse en el proyecto de la autocracia global de la mano de la ultraderecha o mantenerse como espacio liberal y democrático, con la única compañía de algunos países latinoamericanos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y poco más.