Los inocentes más inocentes: los 22 ataudes blancos que dejó el terrorismo de ETA
Se cumplen 42 años del asesinato del primer menor a manos de ETA, fue José María Piris de trece años que murió al darle una patada a un paquete bomba
2 abril, 2022 05:00Su cumplen 42 años desde que una patada a un paquete bomba acabara con la vida de José María Piris, un niño de tan solo 13 años que se convertía en el primer niño que moría por la violencia de ETA. Este fin de semana, Azkoitia celebra un homenaje en el monolito que hay en su memoria, con representación del Gobierno vasco, el alcalde del municipio, Javier Zubizarreta, su hermano, Juan Antonio Piris Carballo, y su amigo el herido en el atentado, Fernando García. Piris fue el primero, pero después llegaron Alfredo Aguirre, Daniel Garrido, Sonia y Susana Cabrerizo, Silvia y Jorge Vicente... hasta 22 fueron los ataudes blancos por los 22 niños que asesinó el terrorismo de ETA.
Entre 1980 y 2002, ETA acabó con la vida de 22 niños, además de herir a más de cien en otros atentados. Un estudio del historiador Pablo García Varela, explica como la mayoría de víctimas menores de edad se debieron a ataques indiscriminados contra la población civil y las residencias de las fuerzas de seguridad del Estado. Y es que, las casas-cuartel de la Guardia Civil fueron uno de los principales objetivos de la organización terrorista. De hecho, once de ellos eran hijos de de miembros de la Guardia Civil.
A menudo, estas víctimas fueron calificadas por ETA como "accidentes" o "escudos" de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. Dicha justificación tuvo un coste muy alto para la banda porque para la opinión pública siempre fueron acciones injustas e inexplicables.
Atentados "indiscriminados" contra familias
Garcia Varela en su estudio recoge como los atentados de Hipercor, la casa-cuartel de Zaragoza y la casa-cuartel de Vic fueron un duro golpe moral por los que perdieron muchos simpatizantes. La cuestión es que en la mayoría de estos atentados la dirección de ETA ordenó los ataques, a pesar de que eran plenamente conscientes de que este tipo de acciones podían cobrarse la vida de civiles, entre los que podía haber niños. "Un coche bomba colocado en las cercanías de una casa-cuartel era un ataque indiscriminado no solo contra los agentes de la Guardia Civil sino contra las familias que les acompañaban", recoge el historiador.
De las 22 víctimas menores de edad, diecisiete fueron asesinados por ETA entre 1986 y 1991. La concentración de víctimas civiles en estos años se explica, según detalla Varela, por el cambio estratégico de la organización terrorista a partir de 1985, cuando la dirección del aparato militar decidió que los comandos de Madrid y Cataluña utilizasen el coche bomba para acometer la mayoría de acciones. La mayoría de los niños fueron heridos en los atentados más graves en Madrid, Comunidad Valenciana, Navarra y Cataluña y en ataques contra las siguientes casas-cuarteles: Zaragoza, Vic y Burgos.
Una patada a un paquete bomba
El primer asesinato llegó el 29 de marzo de 1980, hace 42 años. José María Piris nació en San Vicente de Alcántara, Badajoz, y su familia se trasladó a Euskadi en busca de nuevas oportunidades y de un trabajo que su padre encontró en Acerías y Forjas de Azkoitia, tal y como recoge el historiador Gaizka Fernández Soldevilla en su libro 'El terrorismo en España'. Aquel día, Jose María, de 13 años, y dos amigos suyos regresaban de jugar un partido de fútbol en Azpeitia, junto con su padre.
Fue entonces cuando vio un paquete en el suelo y le dio una patada. Nadie hubiera imaginado lo que pasaría después. El paquete era una bomba que ETA había dejado en ese lugar con la intención de matar a un joven guardia civil, pero acabó con la vida del niño e hirió gravemente a su amigo Fernando, de 12 años, que salvó su vida tras pasar 22 días en la UCI. Cuatro meses después, una carta carta llegó al buzón de la familia en Badajoz dirigida a nombre del niño, en la que ETA reconocía que el joven había muerto por error pero en ningún momento hubo un arrepentimiento ni culpabilidad por lo sucedido.
Un año más tarde, un comando de la organización asesinaba a Alfredo Aguirre, un niño de 13 años y también al policía nacional Francisco Miguel Sánchez con un bomba trampa que explosionó segundos después de que Alfredo le dijera a su madre que le abriera la puerta de casa. Según recoge el historiador Pablo Garcia, el comunicado de ETA llegó ese mismo día, y en él la organización "lamentó" la muerte y manifestó su "más profundo dolor por el desgraciado accidente ocurrido en la acción realizada en Iruñea".
Uno de los episodios más duros: Hipercor
En 1987 llegaba uno de los mayores atentados de la organización terrorista, el Hipercor de Barcelona, que acabó con la vida de 21 personas. Entre las víctimas mortales había cuatro niños a los que les llegó la onda expansiva de un coche bomba que iba cargado con treinta kilos de amonal y cien litros de gasolina y que estaba aparcado en el sótano del aparcamiento. Sonia y Susana Cabrerizo y Silvia y Jorge Vicente, dos parejas de hermanos que murieron en ese lugar.
Justo en diciembre de ese mismo año, ETA puso el objetivo en la casa cuartel de Zaragoza y colocó un coche-bomba que mató a once personas y dejó prácticamente destruido el edificio. Los bomberos fueron extrayendo escombros y fueron apareciendo las víctimas, entre las que se encontraban dos gemelas de tres años, Esther Barrera Alcaraz y Miriam Barrera Alcaraz, una niña de seis años, Silvia Ballarín Gay, otra de siete, Silvia Pino Fernández, y un joven de dieciséis años, Pedro Alcaraz Martos. El anterior atentado, el de Hipercor, ETA lo calificó como un error, pero de este dijo no haber cometido ninguno. En un comunicado publicado en Egin, la banda acusaban a las fuerzas de seguridad de "parapetarse irresponsablemente tras familiares y población civil en general".
La campaña de violencia de ETA siguió por otros puntos de España, y en noviembre de 1988, atentó contra la Dirección General de la Guardia Civil en Madrid. Luis Delgado Villalonga, de dos años, viajaba en el coche familiar con sus padres cuando la explosión de una furgoneta-bomba le hirio gravemente en la cabeza. "Estaba siendo operado en el Hospital Clínico tres horas después de producirse la explosión. Como consecuencia de esta, el niño sufrió un derrame cerebral y pérdida de masa encefálica", contaba ABC. Finalmente, Luis murió y sus padres, gravemente heridos, tuvieron que permanecer en el hospital durante el entierro de su hijo.
Padres que revisaban los bajos de sus coches
Tres años después, en San Sebastián, ETA colocó una nombra en el coche del policía Jesús Villamudia. En el libro "Vidas Rotas", él cuenta como fue aquel momento: "Les dije a mis hijos que no se metieran en el coche, que iba a mirar debajo por si había algo. Siempre lo hacía, pero no me dio tiempo. La bomba estalló al cerrar Koro la puerta". Maria del Koro, de 17 años, falleció casi al momento y sus hermanos fueron gravemente heridos. Esta familia ya había sufrido meses antes otro atentado que casi acababa con la vida de otra de sus hijas. Según explica Pablo García, a la hora de justificar la acción ETA no dudó en afirmar que María del Koro, al querer ser policía nacional como su padre era un objetivo justificado. "Esta demonización de los cuerpos de seguridad del Estado y sus familias ha sido una de las herramientas más efectivas de la izquierda abertzale en la construcción de su mundo polarizado por el enfrentamiento entre vascos y españoles", señala el historiador.
En 1991, la organización terrorista atentó contra otra casa cuartel, la de Vic y asesinó a nueve personas. Entre ellas, cinco era eran niños que estaban jugando cerca del lugar de la explosión: María Cristina Rosa Muñoz, María Dolores Quesada Araque, Ana Cristina Porras López, Vanesa Ruiz Lara y Francisco Díaz Sánchez. No todos eran hijos de agentes. Vanessa era amiga del colegio de hijas de guardias civiles y María Pilar había ido minutos antes de la explosión del coche-bomba al colegio para mostrarle a las monjas del colegio unas fotografías para su primera comunión. En el comunicado, ETA uso prácticamente las mismas palabras que en el caso de Zaragoza: "Las familias sirven de escudo de los guardias civiles en el conflicto armado vasco".
Meses más tarde, en Erandio, el objetivo era otro guardia civil, Antonio Moreno Chica, cuya rutina los terroristas sabían perfectamente después de hacerme un seguimiento. Colocaron una bomba debajo del asiento del copiloto de su vehículo particular. Esa tarde, Antonio comprobó los bajos del coche y al no ver nada raro, montó a sus dos hijos en el asiento trasero. Cuando iban por la calle Tartanga, hacia las 16:45 horas, la bomba se activó en una curva y mató en el acto a Fabio, y dejó gravemente herido a su hermano Alezander. Los terroristas sabían perfectamente para qué empleaba ese coche Antonio Moreno, y eso resultó muy cruel a toda la opinión pública. En 2002 llegaba la última víctima menor, Silvia Martínez Santiago, de seis años, que estaba jugando en su habitación y hasta donde llegó la onda expansiva de un coche-bomba que explosionó frente a la casa-cuartel de Santa Pola.