Buscando a Ricardo III

Buscando a Ricardo III

Opinión

Buscando a Ricardo III

24 mayo, 2023 05:00

En “The Lost King”, última película del cineasta Stephen Frears, una mujer acude junto a su hijo a ver una representación del “Richard III” atribuido a Shakespeare. En un descanso de la representación la protagonista - Philippa Langley - comenta con otro personaje del público que no le parece verosímil la deformidad de Ricardo. El tipo, engreído, trata de ridiculizarla, como si el todopoderoso significante de “Shakespeare” no pudiese cuestionarse. ¿Cómo no va a ser verosímil la obra? – pregunta el muy patán. Ella reflexiona pues en su fuero interno ha surgido una duda razonable. Finalmente, al acabar la representación, la protagonista se acerca de nuevo al tipo y le explica que el texto fue escrito hacia 1595, más de un siglo después de que ocurrieran los hechos que pueden verse reflejados en escena. ¿Después de tanto tiempo, el autor pudo representar los hechos con total fidelidad histórica, o pretendía complacer a la Reina Isabel I, nieta de Enrique VII (personaje que aparece al final de la obra) recuperando el trono? No lo sabemos, pero es muy probable. “¡Nada queda  fuera de la política!”, decía Piscator. Efectivamente, el argumento de la obra podría ser verosímil, aunque no deja de ser una farsa, como algunas obras de Christopher Marlowe escritas pocos años antes. La dramaturgia no tiene por qué ser verosímil, pero sí tiene que ser creíble. En este caso, el argumento de “The Lost King” está basada en hechos reales.

La película comienza mostrándonos a Philippa Langley, que trabaja en una empresa de marketing. Es una gran profesional, aunque su trabajo es básicamente un horror. Comprar, vender, generar necesidades donde no las hay... Sin embargo, aunque no debería dejar su puesto de trabajo, Langley se obsesiona con la idea de abandonarlo todo para buscar los restos de Ricardo III. David Lynch dice que, como cineastas, debemos aceptar nuestras obsesiones. Y nuestros personajes también se obsesionan. Langley contacta con la asociación de “Ricardistas” (admiradores del Rey Ricardo III). Desde entonces se sumará a la causa por limpiar el nombre del monarca y restaurar su figura, tan denostada por la historiografía y por el teatro. Durante la película se suceden numerosas apariciones del fantasma de Ricardo III, que irrumpe en la vida de la protagonista (encarnado por el mismo actor que interpretaba al personaje en la representación, al principio del film). En la obra shakesperiana vemos a un Ricardo misógino, un personaje que padece un trauma desde la infancia pues su madre nunca le amó debido a su deformidad física. Tiene una joroba y es rematadamente feo. Philippa piensa que ese detalle físico no es creíble, que se trata de una exageración del autor para simbolizar su maldad. Al final de la película aparece el cadáver de Ricardo y veremos que, efectivamente, le caracteriza una evidente escoliosis.

Cuando leyó en 1998 la biografía escrita por el historiador estadounidense Paul Murray Kendall, Langley quedó impactada. Los hechos históricos diferían del argumento de la obra teatral. Pensó entonces que la verdadera historia del Rey Ricardo III nunca había sido contada. En la película de Frears no se menciona, pero no es difícil imaginar que el estreno de la película documental “Looking for Richard” en 1996, dirigida por el actor Al Pacino, pudo despertar la curiosidad de Langley. Este film recoge diversos testimonios. En uno de ellos una historiadora explica que Ricardo “está destinado a quedarse solo porque nadie puede querer al rey más allá de su propio egoísmo o su propia bondad”. ¿Qué quiere decir esto? – me pregunto una y otra vez. Ricardo está solo. Es cierto que, en la obra atribuida a Shakespeare, Ricardo III es un personaje frustrado por sus deformidades, pero también le caracteriza una ironía que provoca hilaridad (igual que el Barrabás de “El judío de Malta” de Marlowe, escrita poco antes). En la segunda escena del primer acto del “Richard III”, Ricardo seduce a Lady Ana delante del cadáver de su suegro, asegurando que todos los crímenes cometidos tenían como finalidad llegar hasta ella y amarla. Si mató, fue por amor. Si mató, fue por ella. Lady Ana, aterrada, no tiene mucho margen para negarse. Mientras en la obra teatral, Ricardo utiliza a su secretario de Estado Buckingham para asesinar a sus dos pequeños sobrinos en la Torre de Londres, en la película de Frears descubrimos que ese hecho no fue así realmente. Ricardo no mató a sus sobrinos.

El Gran Mecanismo provoca muchas veces que príncipes honrados se transformen en tiranos para que la Historia progrese, lo que no deja de ser una paradoja

¿Qué es lo que realmente mueve a Ricardo III? Leopold Jessner utilizó una escalera vacía para su puesta en escena del “Richard III” en el Schauspielhaus de Berlín (Kott, 1964: 80). La escalera es una metáfora muy acertada, en la que el monarca, al ser consciente del Gran Mecanismo, tratará de mantenerse en lo alto para impedir que sus rivales escalen. ¿Y qué es el Gran Mecanismo? – se preguntarán ustedes. Jan Kott aplicó a los textos atribuidos al bardo de Stratford en su obra “Shakespeare, nuestro contemporáneo” la teoría del Gran Mecanismo, según la cual los reyes van desfilando uno tras otro en una orgía de sangre motivada siempre por la lucha por el poder. La Corona aparece como objeto que simboliza ese poder: es el eterno objeto de deseo. El Gran Mecanismo provoca muchas veces que príncipes honrados se transformen en tiranos para que la Historia progrese, lo que no deja de ser una paradoja. Habrá quien piense que el precio del progreso es la tragedia. Quizá tengan razón. Lo que descubrimos en estas “history plays” es que – a diferencia de la tragedia griega, en la que no ha contingencia – los personajes son víctimas de sus deseos, sus pulsiones, sus ansias de poder. Tienen un margen para elegir, y sin embargo, muy a menudo, todas las elecciones conducen al desastre. 

La identificación con unas siglas o ideas es en muchos casos más fuerte que el espíritu crítico

Ahora mismo no sabemos si la Historia progresa, o si es circular, y continuamos dando tumbos en un “eterno retorno”. Pandemias, guerras y pequeñas miserias nos siguen acompañando. Lo que sí sabemos es que la campaña electoral se hace eterna. Los candidatos sobreactúan pues saben que los votantes somos idiotas que reaccionan por estímulos, odios y mezquindades. La identificación con unas siglas o ideas es en muchos casos más fuerte que el espíritu crítico. No asistimos ahora a la lucha fratricida entre los York y los Lancaster, pero sí quedamos aturdidos por los exabruptos y las exageraciones de muchos dirigentes políticos. Sus fieles y sus detractores se insultan en las redes sociales. Los populismos de todo signo avanzan imparables. Y mientras tanto, los artistas se autocensuran por miedo a la cancelación. Conviene que ustedes conserven ejemplares físicos de libros y películas que pronto serán mutiladas o directamente canceladas. Por eso hay que seguir mostrando esa escena en la que Brian vende diversos productos en el Coliseo romano, mientras los miembros (y miembras y miembres) del Frente Popular de Judea discuten. La discusión comienza cuando una mujer habla de la cuestión fundamental: el poder. Comienza una discusión sobre el tema, pero Stan interrumpe constantemente introduciendo el lenguaje inclusivo en la conversación hasta que ellos mismos se olvidan de qué estaban hablando. Stan quiere ser Loretta, todo lo demás es secundario. Ahora nos dicen que chiste ya no tiene gracia, no es posible la catarsis. Efectivamente, el chiste se ha convertido en una película de terror.