Aitor Esteban / JAVIER LIZÓN - EFE

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Opinión

El viejo PNV de Aitor Esteban

Los jeltzales tienen los mismos objetivos que ha tenido toda su vida: mantener el máximo poder posible en Euskadi y disponer de la mayor capacidad de influencia en el Congreso que los Diputados

Más del autor: La renovación era Aitor Esteban

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El nuevo PNV de Aitor Esteban tiene los dos mismos objetivos que ha tenido toda su vida: mantener el máximo poder posible en Euskadi y, desde luego la Lehendakaritza y, en segundo lugar, disponer de la mayor capacidad de influencia en el Congreso que los Diputados, esa que le permita aprovecharse de la debilidad del Gobierno de España gobierne el PSOE o gobierne el PP, dado que con ambos ha obtenido enormes beneficios políticos y económicos.

El PNV no hace ascos a ninguno y con ambos se comporta con la habilidad que le permite bascular sus opiniones en función de la temperatura social y sus prioridades, sin abandonar desde luego la suya propia, que viene a ser ir avanzando hacia la independencia sin tener que llegar nunca a dicho objetivo, dado que ese precisamente es el negocio.

Y el PNV puede pactar en Madrid con unos o con otros porque el PNV, a pesar de lo que se diga, no es de izquierdas pero tampoco de derechas, por muy conservador que sea: es más bien un partido atrapalotodo al que le votan hombres y mujeres, progresistas y conservadores, republicanos y monárquicos, autonomistas, independentistas y hasta españolistas; al fin y al cabo, hay gente para todo en todos lados.

El problema es que le votan más los viejos que los jóvenes, y de ahí nacen las dificultades que tendrá en el futuro inmediato para mantener el poder en Euskadi frente a la pujanza de Bildu, al cual prefieren los hijos cuyos padres votaban al PNV, especialmente los que no recuerdan o no quieren recordar la historia criminal de ETA.

Maribel Vaquero será la nueva portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados, una de las primeras decisiones tomadas por el nuevo Euskadi Buru Batzar esta misma semana. La favorita para ocupar este relevante cargo era Idoia Sagastizabal, pero Aitor Esteban ha optado por la guipuzcoana Vaquero, quien ha ocupado cargos en todos los estratos políticos: concejala en su pueblo, juntera en el territorio histórico de Gipuzkoa, diputada en el Parlamento Vasco, senadora, diputada en el Congreso y, ahora, portavoz del mismo.

Yo coincidí con ella hace unos años en el Parlamento Vasco y, al menos en aquella época, Vaquero era una política moderada en las formas y en el fondo, de 2 talante dialogante, modosita, educada y, desde luego, muy del PNV: más pragmática que idealista y más autonomista que independentista.

Sus primeras declaraciones han venido a repetir el eslogan jeltzale de toda la vida: "Seguiremos siendo la voz de Euskadi en Madrid para representar todos los intereses de las vascas y los vascos"; siendo honestos, no son todos los intereses sino los intereses del nacionalismo que combina dos objetivos: obtener más competencias para el País Vasco y seguir ostentando el poder político en Euskadi, algo que el PNV lleva haciendo desde el inicio de la democracia, salvo el paréntesis de cuatro años durante los cuales gobernó Patxi López, y que no sirvieron sino para apuntalar al nacionalismo:"En lugar de elegir a la copia, me quedo con el nacionalismo original del PNV", debieron de pensar miles de vascos a la finalización de su mandato.

Por lo demás, las primeras declaraciones de Esteban vinieron a repetir sus propósitos de siempre: "La renovación del Estatuto de Gernika va a ser un camino muy largo"; porque, en el fondo, tampoco hay tanta prisa como a veces tratan de vendernos.

Lo que sí conviene es vender la idea de que los diputados jeltzales del Congreso de los Diputados son resistentes vascos que malviven en Madrid y que, enfrentándose a los malvados españoles que no saben ni gobernarse a sí mismos, sobreviven a duras penas en la capital del Reino en beneficio de los vascos y las vascas, pasando penurias de todo tipo (al fin y al cabo, él es experto en tribus indígenas de América del Norte); en el fondo, tampoco es para tanto, y sufrir, sufren lo justo, por eso para muchos de ellos Madrid es destino prioritario.

O sea que no son precisamente una extravagancia sino parte del paisaje. Esteban, sin ir más lejos, ha pasado allí 21 años, y no se le ve precisamente muy desmejorado. Desde luego, sabe que la aprobación de un supuesto nuevo Estatuto será complicado: primero hay que ponerse de acuerdo en el Parlamento Vasco con el PSE y con Bildu; luego hay que lograr la mayoría en el Congreso de los Diputados, el cual es posible que no comparta la idea de abundar en la desigualdad entre territorios y ciudadanos.

Los retos son varios: en primer lugar, engrasar y definir la bicefalia que caracteriza al PNV y su relación con el lehendakari Imanol Pradales; en segundo lugar, su relación con el Gobierno de España, necesitado de todos los que auparon a Sánchez a la Moncloa y cuyo apoyo es cada día más precario; tanto es así, que es incapaz de cumplir el mandato constitucional de presentar al Congreso un Proyecto de Presupuestos; en tercer lugar, su relación con Bildu; en cuarto lugar, el hipotético pacto para renovar el Estatuto de Gernika, que implicará la reclamación de más competencias para Euskadi, si es que tal cosa es posible, dado que le faltan solo las que tendría un Estado independiente; y, finalmente, si ideológicamente sigue siendo lo que ha sido hasta ahora o si se olvida del PP y prefiere seguir formando parte sine die de ese bloque que apoya a Sánchez y que se ha venido llamando "progresista", por mucho que muchas de sus medidas sean profundamente reaccionarias.

Porque es poco probable que el PNV descarte apoyar un Gobierno del PP si considera útil a sus intereses, como ya lo ha hecho en el pasado. Para que tal cosa fuera posible, el PP debería no tener que depender de ni apoyarse en Vox, enemigo declarado de los peneuvistas. En todo caso, no es descartable que el PNV vuelva a cambiar de chaqueta cuando los tiempos políticos lo aconsejen y siempre que no suponga perder la Lehendakaritza.

En conclusión, el PNV deberá adaptarse a los nuevos tiempos pero políticamente no dejará de ser lo que siempre ha sido: ese partido nacionalista capaz de recoger el voto de unos y de otros y de pactar sin demasiado problema a izquierda y a derecha. Siempre ha sabido venderlo. Y aunque es cierto que Bildu parece comerle la tostada y que el PNV sigue siendo un partido a la vieja usanza, mantiene un enorme poder en Euskadi consecuencia de cuarenta décadas gobernando con apenas un paréntesis de cuatro años; y ese poder inmenso, al menos de momento, le sigue permitiendo seguir siendo, si no hegemónico, sí al menos predominante. No vayamos a engañarnos ahora: el nuevo PNV es el viejo PNV de toda la vida.