La democracia interna, un mito en Euskadi
Euskadi goza, a pesar de los peros que podamos sacar, de una democracia con buena salud. Hay competición a pesar de la falta de alternancia, una parte de la población realiza una fiscalización de la obra de los diferentes gobiernos; se manifiesta, de acuerdo a sus preferencias y sentimientos políticos, no solo en las urnas; existe un asociacionismo civil fuerte y demandante y, superada la expresión armada del conflicto identitario, existe un respeto aceptable (aunque mejorable) entre los distintos actores políticos.
Y sin embargo Euskadi tiene un fallo en cuanto al funcionamiento de su democracia se refiere, la vida interna de sus partidos políticos. El más claro ejemplo de ellos es la renovación de la dirigencia del PP vasco que alzará a Javier de Andrés como máximo dirigente de los populares vascos.
Con la crisis económica de 2008 y su reflejo político, se dio en todo Europa una tendencia a democratizar la vida interna de los partidos con el fin de recuperar en parte la confianza de la ciudadanía. Esta onda democratizadora llegó a España con el surgimiento de nuevas formaciones políticas que planteaban una nueva manera de relacionar a sus dirigentes con su militancia, votantes y ciudadanía en general y esto obligó a los partidos tradicionales a democratizarse en el mismo sentido. No obstante, el proceso democratizador no parece haber cuajado en general y la desconfianza de la ciudadanía hacia la vida interna de los partidos no ha mermado.
En realidad, los procesos de democratización han sido más un elemento de propaganda de los partidos que una realidad y Euskadi y sus partidos son posiblemente el máximo exponente de ello.
El candidato a coordinador general de la coalición soberanista y coordinador general en el cargo, Arnaldo Otegi, presumió de realizar un congreso “a la búlgara”
Vayamos por partes. La democracia interna de los partidos no es una entelequia o un abstracto difícil de estudiar. Hay extensa literatura politológica sobre ello, para mí el trabajo más destacado en este campo es el de Flavia Freidenberg, politóloga argentina que ha desarrollado el IDI (Índice de Democracia Interna) para medir en el caso de las democracias en América Latina los procesos de selección de los candidatos de los partidos sobre lógicas democráticas. El IDI mide tres dimensiones de los procesos de selección de dirigentes y candidatos: “La competitividad de los procesos de selección”; “La descentralización de los procesos de nominación del candidato” y “La inclusión de los actores en la definición de la nominación”.
Me atrevo a decir que ninguno de los procesos de selección de candidatos y dirigencias en Euskadi en los últimos años ha cumplido los mínimos que nos marca el IDI para considerar a esos procesos democráticos, es decir, no podríamos analizar la democracia interna de los partidos y categorizar las mismas por no cumplir los mínimos necesarios.
El caso de Javier de Andrés es el más reciente, pero no el único. Lo más claro y lo más evidente es la falta de competitividad en la elección interna. Los partidos políticos vascos son maquinarias perfectas de desincentivar la participación de sus militancias en procesos de selección. Muchos candidatos llegan a sus cargos tras procesos de selección a dedo, sin competencia y tan solo con el refrendo de la militancia. El caso del PP es claro. Se dice que se llega a una candidatura de consenso para ocultar la realidad, no hay alternativas posibles que plantear a la militancia porque los procesos de selección del partido no son democráticos. Pero no es el único caso, ni el más claro.
Durante el último congreso de EH Bildu solo hubo una candidatura, propuesta por la misma estructura y que solo tuvo que ser refrendada por la militancia. En este caso, el candidato a coordinador general de la coalición soberanista y coordinador general en el cargo, Arnaldo Otegi, presumió de realizar un congreso “a la búlgara” ante una polémica con el ministro de Interior, como si fuese algo de lo que se puede presumir cuando pretendes dirigir una organización democrática.
En realidad, pocos procesos en los últimos años en cualquier partido vasco pueden pasar el filtro de la pluralidad competitiva. Tal vez la excepción sea la elección de la última candidata a Lehendakari en Elkarrekin-Podemos entre Miren Gorrotxategi y Rosa Martínez, pero el proceso incumpliría las dimensiones 2 y 3 del IDI.
Y es el punto 2, la descentralización en los procesos de nominación de los candidatos, donde los partidos vascos tienen sus mayores problemas. Al tener poco motivada a la militancia para participar en procesos de elección, los partidos vascos optan por la peor manera de nominar a sus candidatos, a través de sus órganos estructurales (Mesas directivas, comités electorales, etc.) que son los que plantean las candidaturas sean únicas o plurales. Según el IDI, ninguna candidatura tiene que recibir apoyo, aval o nominación por parte de las estructuras orgánicas de los partidos en ninguno de los casos.
En los últimos años las estructuras de los partidos en Euskadi proponían siempre a alguien como candidato lo cual perjudica la pluralidad de opciones y competitividad (desincentiva a militantes a presentarse) y genera una desigualdad entre candidatos
En los últimos años las estructuras de los partidos en Euskadi proponían siempre a alguien como candidato lo cual perjudica la pluralidad de opciones y competitividad (desincentiva a militantes a presentarse) y genera una desigualdad entre candidatos. Tal vez el partido que más descentralizado tenga este aspecto sea el PNV ya que son las asambleas locales las que proponen candidatos. No obstante, el proceso es poco público y no se puede garantizar desde el exterior que los procesos no están exentos de intrusismos por parte de los aparatos dirigentes del partido.
De la tercera dimensión, ¿qué decir? Ya son más que conocidas las purgas a derecha e izquierda en los partidos. Quien pierde una elección interna está muerto políticamente y queda excluido totalmente de los órganos de participación y decisión de los partidos políticos vascos. Precisamente estos días se cumplen 8 años de la dimisión forzada de Arantxa Quiroga en el PP que dio lugar a un proceso de elección que sacó a muchos de los suyos de los órganos de decisión del PP.
La democracia interna en los partidos políticos vascos es hoy una quimera, poco más que un producto de marqueting que apela a unos valores que no son reales en la vida interna de esos partidos. Seguramente, si algún militante está leyendo estas líneas (me da igual en qué partido milite) se verá identificado con situaciones y procesos en los que ha observado que su partido habla mucho de democracia, pero la practica poco en su vida interna.
O ensanchamos la democracia o el espacio lo van a ocupar los autoritarios
Algunos (los que están en las estructuras de los partidos) dirán que la democracia interna no es importante, que solo es una moda pasajera y se esconderán en la manida expresión “nuestro partido es diferente”. En primer lugar, los partidos no son muy diferentes unos de otros y la prueba es esa expresión que usan todos los partidos (son iguales hasta en destacar las diferencias).
En segundo lugar, es importante la democracia interna de los partidos y más en Euskadi. La batalla a la que estamos asistiendo en términos globales es entre democracia y autoritarismo y la democracia tiene que ensancharse, ser cada vez más gente y de más gente. Democratizar los partidos significa que cada vez más colectivos participen en la vida política de nuestro país, cada vez más jóvenes, cada vez más mujeres, cada vez más migrantes, esto es, sacar de la exclusión política a todos esos colectivos excluidos.
Esto no es una moda, es una necesidad vital. O ensanchamos la democracia o el espacio lo van a ocupar los autoritarios.