Los intermediarios buenos existen en la cadena alimentaria
Cestas Urbide da salida al producto de temporada de agricultores locales con canastosque llegan semanal y quincenalmente a más de 400 familias de Álava: un ejemplo de que el eslabón más cuestionado en la actual crisis del campo puede ser parte de la solución
12 febrero, 2024 05:00Noticias relacionadas
A estas alturas, quien más, quien menos, ya sabe cómo funciona la cadena alimentaria. Y por dónde chirría. Desde que agricultores y ganaderos saltaron a las calles para desvelar una verdad incómoda, que el campo se muere porque el sistema lo está matando, buena parte del foco ha recaído en los intermediarios. El mercado está funcionando al revés de como debería, de tal forma que la distribución decide el precio que paga el consumidor, de ahí detrae su beneficio, luego hace lo propio la industria y las migajas, si quedan, van para el productor, que no puede decidir el precio de su trabajo y acaba vendiendo a pérdidas. Pero siempre hay un resquicio para que la esperanza asome, siquiera, un poco, también cada día.
Más allá de la sombra alargada de determinadas empresas, existen intermediarios éticos. Proyectos dispuestos a reventar la maquinaria para conectar sector primario y consumidores con justicia, transparencia y sostenibilidad. La empresa alavesa Cestas de la Huerta Urbide es la prueba: una década preparando canastas con fruta y verdura de temporada, cien por cien ecológica, procedentes de agricultores locales. Cada semana, una propuesta, que Ana Lafuente y su marido planifican con mucho tiempo mano a mano con los productores, pensando en su rentabilidad, y también en las necesidades del consumidor.
La aventura empezó cuando Ana tenía 23 años. Ahora ha cumplido 35. Había estudiado Económicas, pero “quería cambiar el mundo”. Así que decidió hacerse agricultora, “solo que no valgo ni era mi oficio, era una huida hacia adelante y tenía que redefinir la dirección”. Fue entonces cuando comenzó a trabajar de voluntaria en una granja llena de vacas, burros, gallinas y ponis, donde se confeccionaban cestas de alimentos frescos para consumidores responsables. Allí se enamoró de otro joven altruista, su marido. Y entre flechas de Cupido y el runrún de emprender con una mirada asociativa para impulsar la agricultura, Cestas Urbide fue tomando forma.
“Nos desligamos de ese sitio, pero nos dieron su cartera de clientes, unas 90 familias. Vimos que, para que fuera rentable tanto para nosotros como para la parte productora, necesitábamos triplicar los clientes y hacer las cosas de otra manera. En ese momento había 30 productos diferentes al año: tomate, berenjena, pimiento, baina… Propusimos reducirlos a 10, pero hacer 10 veces más de cada uno. Queríamos conseguir una agricultura real y profesionalizar la comercialización”, recuerda Ana. A los cinco años, un incendio arrasaba la granja. “Y dijimos, seguimos p’alante”.
Cestas Urbide se recompuso a lo grande. Más de una década después, trabaja con 200 agricultores y llega a más de 400 familias. Mano a mano. Muy estrechamente. En el caso de los productores, la planificación resulta fundamental. “Así es como funciona el campo, a nueve meses vista. Ellos planifican en primavera los cultivos del año que viene, cantidad de planta que hay que encargar, cuánto se puede vender...”. A los clientes, si algo se les pide es un mínimo compromiso. “Así puedo hacer una estimación real y si digo en septiembre que voy a coger 200 kilos de bainas no lo digo en balde. En la cesta esa semana irán 800 gramos de baina y sé que podré sacar los 200 sin problema”.
En realidad, hay dos modelos de cesta: cerrada y abierta. De ésta de la que habla Ana es la cerrada, la que lleva lo más fresco, el producto del momento, y cuesta 22 euros. El canasto de estos días contiene una col lombarda, un kilo de garbanzo, otro tanto de zanahoria, manzana royal gala, mandarina, pera conferencia y brócoli, y 250 gramos de espinaca pequeña. La mayoría de la gente “compra quincenal”, aunque todo depende de la temporalidad del producto. Los alimentos típicos de otoño e invierno se conservan “de maravilla dos semanas”. En primavera, cuando asoma la fresa, el albaricoque, el ajete o el guisante, bastante más delicados, “la cesta vale lo mismo pero abulta menos”.
Luego está el canasto abierto, que ofrece la oportunidad de adaptar la cantidad de fruta y verdura e incluir un sinfín de productos más allá de lo verde, como artículos de higiene o de limpieza para el hogar. Todo luce la etiqueta “cien por cien eco”. Y todo se produce aquí al lado, en la medida de lo posible. Obviamente las cestas han de ser variadas y atractivas para satisfacer la demanda, por lo que si la cosa se tuerce en el campo alavés hay que echar mano de lo que se cultiva en otras provincias. “Ahora mismo, la cebolla no se está dando bien en nuestro territorio, así que la cogemos de Navarra”, ejemplifica la profesional.
Es mucho trabajo. Una barbaridad. A la exquisita programación con agricultores y las gestiones de los pedidos, se suma envío y labores de seguimiento: Urbide dispone de puntos de recogida en todos los barrios de Vitoria y algunos pueblos alaveses. Por eso, no es raro que Ana dedique trece horas al día a su negocio. Tampoco se queja. “Somos servicio. El cliente paga el producto, pero sobre todo una atención personalizada: me puedes llamar el domingo que te voy a coger el teléfono, me puedes mandar un whatsapp para preguntarme si tengo esta u otra manzana, si no tienes dinero ya me pagarás en otro momento… A veces incluso llevo cestas a domicilio”, asegura.
Lo que esta emprendedora ha creado ha sido “una comunidad” de la que todos se alimentan. Los productores encuentran salida a sus cultivos a través de una intermediaria que les entiende y respeta el valor de su trabajo. Las familias han descubierto a alimentarse con los ritmos del campo, a apreciar a las gentes que viven pegadas a la tierra, con un precio que consideran justo. Cestas Urbide refuerza la pedagogía con noticiarios donde presentan a cada agricultor y su alimento, y estrecha lazos con excursiones para conocerlos y compartir mesa.
Por eso Ana se enciende cuando pintan a los intermediarios de malísimos de la película sin excepciones. Y recela de la venta directa como escenario ideal. “Me gustaría romper con el estereotipo del intermediario ladrón. Como consumidores no podemos ir directamente a los campos, o no podemos funcionar solo así, y tampoco eso garantiza que se estén haciendo bien las cosas. A veces se simplifican todo para que no pensemos…”, reivindica. En su particular cadena alimentaria, no cabe un solo eslabón roto.