Las Navidades se basan en la reiteración, en la Campana sobre Campana y en los peces que beben y beben y vuelven a beber. En la repetición de costumbres. Unas Navidades sin repetición son Navidades impropias, como de nuevos ricos que las pasan esquiando o en un viaje a lugares exóticos donde luce el sol incluso en Navidad.

La mayoría somos más de seguir las costumbres, que para eso las tenemos y, en esta ocasión, además de repetir campanas y peces repetimos también en IPC. El IPC es el término económico que mejor conocen quienes desconocen otros términos económicos, porque el IPC es el resultado del cálculo permanente de cada cuenta que abonamos. Este año se han cambiado los criterios para calcular el IPC y las cuentas parecen que salen mejor porque no son homogéneas con las anteriores, pero da igual.

Todo el mundo es una calculadora de IPC, particularmente si tienes poco para gastar y tienes que hacer cuentas todo el rato y cada subida de precio de un producto básico te descuadra el presupuesto que tenías previsto para el día, para el mes, para el año. Vivimos en un periodo de cálculo permanente, porque el paquete de galletas ha pasado de un euro a euro y medio y eso no es lo que dice el INE, que de cálculos de IPC sabe menos que cualquier persona que gobierne su casa con un sueldo que no da para bollos. Si los del INE quisieran saber el coste de la vida habrían de contar con el consejo de quienes de verdad saben de la cesta de la compra, que son gente que no maneja estadísticas, pero maneja los euros a los que aún llama perras, porque son muy perras las que padecen por culpa del euro.

Resulta paradójico que en el año 2021, cuando no había guerra, el IPC fuera superior al del 2022, cuando sí que había estallado la guerra a la que se le achacan todos los males de nuestra economía

El ministro Bolaños ha dicho que el PSOE ha reducido la inflación en cinco puntos en seis meses. La verdad es que no se ha reducido nada, lo que ha ocurrido es que se ha elevado en cinco puntos, que es menos que el interanual que había en agosto. Esto para Bolaños es poco, pero no para quien los tiene que pagar con un sueldo que no es de ministro.

Una moderación del IPC que, sin embargo, no modera la subida. Cuando se cuenta la evolución del IPC se olvida con frecuencia que las subidas se producen sobre lo que ya ha subido, por lo que si en 2021 hubo una subida del 6,5%, la subida de 5,8% que se calcula para el 2022 es sobre la cantidad ya elevada que se produjo el año anterior. Son subidas sobre precios ya elevados, por lo que el calculador doméstico de IPC lo que sabe es que cada día es más pobre y que si 2021 le hizo un 6,5% más pobre, el 2022 es un 6,5 más un 5,8% más pobre de lo que lo era antes, solo moderado por una exigua subida salarial que no ha compensado las pérdidas.

Por cierto, cuando todas las culpas se le echan a la guerra de Ucrania, resulta paradójico que en el año 2021, cuando no había guerra, el IPC fuera superior al del 2022, cuando sí que había estallado la guerra a la que se le achacan todos los males de nuestra economía. No hay, por tanto, motivos para la alegría cuando la capacidad adquisitiva de los españoles ha bajado sustancialmente en los dos últimos ejercicios y lo ha hecho por causa de una política monetaria que preparó el camino para que los precios se dispararan.

El empobrecimiento es general y más acusado, pero no hay nadie a quien se le pueda culpar de la decisión de un recorte

El Banco Central Europeo quiso aportar liquidez al sistema ofreciendo dinero a cambio de nada e, incluso, con un interés negativo, por lo que inundó el mercado de créditos bajos que aliviaron la carga financiera de empresas y familias, pero con unas consecuencias que estamos viendo en estos años de alta inflación. La solución de facilitar dinero en la cantidad y forma en la que se ha hecho estos últimos años ha conducido a que el precio del dinero sea menor y, consecuentemente, las cosas
valgan más. Solo faltaba un cuello de botella en la cadena de suministros para que los precios se dispararan como lo han hecho.

No obstante, la solución es políticamente más correcta que la de ajustar gastos, como se hizo en la crisis de 2008. El empobrecimiento es general y más acusado, pero no hay nadie a quien se le pueda culpar de la decisión de un recorte, y el incremento de los ingresos tributarios logrados por la carestía de los precios dan la oportunidad de gestionar la pobreza desde los poderes públicos. Algo que quienes gestionan la política intervencionista que ha causado el problema saben aprovechar para mejorar su propia imagen.