Hemos vivido una de las semanas más complicadas de la pandemia en lo que se refiere al avance del virus. Hay quienes han definido el incremento casi exponencial de los casos como una tercera oleada, cimentada en las consecuencias derivadas de una posible relajación en las medidas preventivas y un aumento de las relaciones sociales durante las Navidades. Sin olvidar que la presencia de la nueva variante inglesa del virus (B.1.1.7.) puede estar actuando como gasolina en un fuego que nunca se ha logrado extinguir.
A estas alturas del pico epidemiológico y tal como sucedió durante la segunda oleada, múltiples voces cualificadas, y otras no tanto, han vuelto a plantear la posibilidad de un confinamiento domiciliario como solución. Mientras tanto, muchos municipios de Euskadi están cerrados perimetralmente al superar su tasa de incidencia los 500 casos por 100.000 habitantes. Sinceramente, creo que fue una buena idea plantear un semáforo de alerta en relación a la incidencia para cada zona urbana, pero me surgen dudas de si este semáforo está muy adaptado a una situación de convivencia extrema con el virus. Todavía recuerdo, meses atrás, cuando desde Europa el semáforo rojo se proponía en 50 casos por 100.000 habitantes.
Creo que fue una buena idea plantear un semáforo de alerta en relación a la incidencia para cada zona urbana, pero me surgen dudas de si este semáforo está muy adaptado a una situación de convivencia extrema con el virus.
A lo largo de estos últimos siete días, han arreciado las críticas a la Unión Europea por la falta de gestión y prevención a la hora de contener la propagación de la nueva variante inglesa del virus, que como se ha descrito, resulta mas transmisible. Un control más férreo en las fronteras junto con una monitorización más eficiente del virus habría posibilitado delimitar su impacto y evaluar a tiempo real su incidencia en cada territorio del continente. A estas alturas, con la variante presente en más de 50 países, Alemania da un paso más en la exigencia de mascarillas filtrantes. De hecho, exigirá máscarillas FPP2 (N95/KN95) o quirúrgicas en transporte público y supermercados. Una medida interesante, que debería ganar fuerza y relevancia en el futuro en otros espacios cerrados.
Pero no todo ha sido negativo a lo largo de la semana. Un conjunto de artículos científicos han confirmado que la inmunidad humoral y celular lograda tras superar la COVID19 es robusta meses después de pasar la infección. Aun y cuando los niveles de anticuerpos puedan ir descendiendo progresivamente, algo en principio habitual también tras otras infecciones, el organismo desarrolla células de memoria capaces de recodar al virus e implementar una potente respuesta defensiva en caso de un nuevo contacto con el mismo.
Por otra parte, la vacunación avanza en todo el mundo con Israel y Emiratos Árabes Unidos a la cabeza. De hecho, el país mediterráneo ha logrado vacunar al 30% de su población, progresa extraordinariamente con la segunda dosis, y empieza a observar los primeros efectos de la inmunización activa y protección en los más vulnerables.
La velocidad en la toma de decisiones, la rapidez en la prevención y la óptima gestión de las medidas y recursos son y serán esenciales para contener este tsunami.
España, por su parte, mantiene una velocidad de crucero mucho más lenta, caracterizada por la asimetría de vacunación entre Comunidades Autónomas, la caída en la llegada de dosis de la vacuna de Pfizer, los primeros casos, y no pocos, de “corrupción de vacunas” y las dificultadas inherentes a la logística y organización del plan de vacunación masivo. Por cierto, pronto llegarán nuevas vacunas como la AstraZeneca y Oxford, o la de Johnson & Johnson. De hecho, esta semana se publicaron los resultados del ensayo clínico fase I/II de esta última vacuna, con resultados positivos en cuanto a la generación de anticuerpos neutralizantes y linfocitos T CD4+ en la mayoría de vacunados.
En otro orden de cosas, y con la feliz vuelta de Estados Unidos a los pactos por el cambio clímático y a la Organización Mundial de la Salud (OMS), conocíamos por parte de un panel independiente de expertos, que tanto la OMS como China reaccionaron de forma muy lenta a la hora de frenar o contener la evolución de la pandemia en su inicio. Así pues, queda más que demostrado, y así pasará a los anales de la historia, que frente al coronavirus que ha causado esta pandemia prevenir es mejor que curar. La velocidad en la toma de decisiones, la rapidez en la prevención y la óptima gestión de las medidas y recursos son y serán esenciales para contener este tsunami.