Irene Montero, Pablo Echenique y la autenticidad en política
A todos nos pide el cuerpo hablar o escribir sobre la amnistía y la investidura, sobre el futuro de España y, por ende, de Euskadi. Ya habrá tiempo para eso. Reposemos un poco. Sobran los análisis repletos de afirmaciones categóricas y especulaciones infundadas. Así que permítanme que esta vez les cuente otra cosa, quizás de índole más personal, por así decirlo. Tiene que ver con la comentada salida del Congreso de los Diputados de la todavía ministra de Igualdad, Irene Montero, que se suma a la reciente marcha del exportavoz parlamentario de Unidas Podemos Pablo Echenique.
Estos días mucho se ha tertuliado -"tertuliar" existe, pero a ver si la RAE acepta "tertulianear", porque no hacemos otra cosa y quizás sea más acertado definirlo así- acerca de la mentira en la cosa pública. De las cosas que se dicen y las que luego se hacen. De las promesas que se esfuman como por arte de ensalmo. De los cambios de opinión y sus sucedáneos. Del engaño y la trampa en estos tiempos frenéticos y líquidos. De la autenticidad en política, en suma.
Tengo que decirles que la marcha de Irene Montero y de Pablo Echenique del Congreso supone la pérdida de dos voces auténticas en el debate público. No seré yo quien defienda algunos de los aspectos de la Ley del sólo sí es sí o la radical apuesta por el lenguaje inclusivo que siempre enarbola Montero. Nada me gustaron muchas diatribas contra sus oponentes de Echenique. De hecho, discrepo abiertamente de muchas posiciones de ambos, como por ejemplo de la amnistía ahora pactada por PSOE y Junts, sin ir más lejos, o de algunas críticas suyas a los medios de comunicación.
Cuando parece que la mentira se ha naturalizado en la política española, cuando todo vale, hasta cambiar de opinión sobre los propios cambios de opinión, creo que es necesario poner en valor esa autenticidad que consiste en defender unos principios cueste lo que cueste, incluida la propia supervivencia en el cargo
Conocí a Montero y Echenique durante el tiempo en que servidor escribía información acerca de Podemos. Como todos los que se dedican a la política, ambos arrastran numerosos errores de bulto. Sus trayectorias no han sido las más tranquilas. Las peleas internas y las purgas en su partido dejaron demasiadas heridas que todavía sangran. Ninguno de ellos, por cierto, es amigo mío en el ámbito personal. Pero siempre me demostraron, con sus palabras y sus hechos, incluso después de tenerlos cerca, que eran (y son, no se han muerto) voces auténticas.
Ahora, cuando parece que la mentira se ha naturalizado en la política española, cuando todo vale, hasta cambiar de opinión sobre los propios cambios de opinión, creo que es necesario poner en valor esa autenticidad que consiste en defender unos principios cueste lo que cueste, incluida la propia supervivencia en el cargo. A ambos se les podrá acusar de muchas cosas, insisto, pero no de traicionar aquello en lo que creen, incumplir flagrantemente sus promesas, mentir a los electores o comportarse como veletas mecidas por el viento pragmático de la conveniencia personal.
Compartas o no sus ideas y valores, no parece justa la manera en que Montero y Echenique, al igual que otros de sus colaboradores cercanos en Podemos, desaparecen de la actualidad. Desaparecen porque así lo quieren sus propios socios, esos a los que los salientes ayudaron a encumbrar, con la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, como ejemplo más palpable.
El trato de Sumar a Podemos -¿Qué sería el primero sin el segundo?- me parece evidentemente injusto. Creo, por el contrario, que lo justo es escribir estas líneas que seguramente errarán en el juicio, pero que al menos son auténticas.