El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, felicita al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez / Javier Lizón - EFE

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, felicita al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez / Javier Lizón - EFE

Opinión

Presidente, contra todo y contra todos (menos el independentismo)

17 noviembre, 2023 05:00

Con la investidura, Pedro Sánchez ha gastado otra de sus vidas. Parece que son infinitas, pero el recién reelegido presidente del Gobierno se acerca cada vez más a agotarlas todas. Esta vez, el dirigente socialista se ha acercado como nunca al acantilado, y ha amagado con tropezarse al abismo. Pero a su auxilio, una vez más, han acudido los partidos soberanistas e independentistas representados en el Congreso de los Diputados. 

EH-Bildu, BNG y ERC fueron los primeros en tenderle la mano y ayudarle a aguantar una caída que amenazaba con poner fin a su etapa como presidente del Gobierno, e incluso, como reclaman el Partido Popular y su presidente, Alberto Núñez Feijóo, "acabar con el sanchismo". Pero han sido PNV y Junts -en especial estos últimos con la ley de amnistía como pago-, quienes han permitido a Sánchez alzarse de nuevo, pese a estar apoyado en unos cimientos cada vez más endebles. 

Pero más allá de los acuerdos y pactos que han propiciado esta nueva investidura -la tercera que supera Sánchez desde el 1 de junio de 2018-, lo que quedado claro en las dos jornadas de pleno que se han vivido en el Congreso de los Diputados es que la clase política española pasa por horas bajas. Pero que muy bajas.

Puede que Rajoy, Zapatero o Rubalcaba no sean los políticos mejor recordados por aquellos que no comulgan con su ideología y la de su partido, pero la realidad, es que el nivel dentro del Congreso de los Diputados y han sufrido una caída drástica desde que estos abandonaron las cuatro paredes donde reside la llamada Soberanía Nacional. 

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha sido reelegido como presidente del Gobierno `por mayoría absoluta /Javier Lizon - EFE

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha sido reelegido como presidente del Gobierno `por mayoría absoluta /Javier Lizon - EFE

En el Congreso siempre ha habido bronca, debates subidos de tono y choques entre diputados de partidos políticos adversos, pero en mi caso -aunque probablemente se deba a la edad y a la falta de experiencia-, no recuerdo momentos de tal bajeza como la que se ha visto estos dos últimos días en el hemiciclo. No solo en la tribuna o el escaño, sino en el palco dedicado a quienes, simplemente, acuden al Parlamento para ser testigos presenciales de lo que en este ocurre. 

Insultos y símiles con genocidas

Primero podemos hablar del "hijo de puta" expresado por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, contra Sánchez, cuando este hizo referencia a la polémica en la que se vio involucrado el hermano de la presidenta autonómica y que acabó con la salida de Pablo Casado como presidente nacional del PP. Un insulto que pudo deberse a la espontaneidad del momento y que desafortunadamente fue captado por las cámaras, pero que, sin duda, está completamente fuera de lugar.

Pero el momento de mayor gravedad llegó con la réplica de Santiago Abascal. El miércoles, el dirigente de Vox abandonó la Cámara Baja tras su primera intervención. Un discurso del que la presidenta de la Mesa, Francina Armengol, acabó retirando una parte no poco relevante. Aquella en la que el líder de la extrema derecha española acusó a Sánchez de golpista, líder autoritario, e incluso llegó a compararlo con Nicolás Maduro y Adolf Hitler. Asegurando que, al igual que ellos, el reelegido presidente del Gobierno, iba a llegar al poder con el apoyo de la sociedad en unas elecciones. 

Es innegable que Abascal tenía pleno derecho para expresar su malestar con la investidura, y para compartir su rechazo a la ley de amnistía y a las negociaciones con las fuerzas independentistas. Faltaría más. Pero en un país que vivió una cruenta guerra civil, 40 años de dictadura, otros 40 de lucha contra el terrorismo y que ha luchado por alcanzar y mantener una democracia plena -con sus evidentes imperfecciones-, comparar a un candidato y presidente electo con un genocida, no debería, si quiera, ser una idea contemplada por el líder de la tercera fuerza política de este país.

Armengol hizo bien en recordarle que ese mismo hemiciclo tiene todavía bien visibles las cicatrices del 23-F y los agujeros de bala dejados en aquel intento de golpe de estado. 

El líder de Vox, Santiago Abascal, durante el primer día del debate de investidura del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez/ Kiko Huesca - EFE

El líder de Vox, Santiago Abascal, durante el primer día del debate de investidura del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez/ Kiko Huesca - EFE

Sin precisamente estas actitudes de Abascal, sumadas a un discurso bronco e incendiario, lo que le hacen un interlocutor que el PP debería evitar, y tanto Feijóo como el resto de su partido no parecen darse cuenta. El presidente popular, si en algún momento quiere devolver a su partido a la Moncloa, debe romper lazos con la extrema derecha y recuperar la moderación de la que en su momento hizo gala su partido. Hasta entonces, se verán abocado al fracaso y a la marginación. Pero Feijóo, que se niega a verlo. 

Libre de pecado

Por supuesto, tampoco Sánchez está libre de responsabilidad con lo ocurrido en la Cámara Baja en esta investidura. La soberbia y la absoluta desfachatez que ha mostrado el recien reelecto presidente son dignas de cualquier obra de ficción. Sánchez sabía, casi desde que se conocieron los resultados del 23-J, que se mantendría al frente del Gobierno de España. Sabía que el PP, si iba de la mano de Vox, no tenía los aliados suficientes que le permitieran sacar adelante una investidura. Y eso pudo verse en noviembre. 

Sánchez, que en esta ocasión ha reunido 179 votos a su favor, sabía que iba a negociar hasta lo innegociable con el fin de lograr el apoyo de los partidos independentistas, sin inportarle siquiera, que esto le llevara a una legislatura inmanejable. No solo por el tetris que debe hacer semana sí y semana también dentro del Congreso, sino por la movilización social que la extrema y la extrema derecha están alentando con cada vez más fuerza. 

Concentración este jueves frente a la sede del PSPV-PSOE en Valencia contra los pactos de investidura del recién elegido presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que incluyen una ley de amnistía / Biel Aliño - EFE

Concentración este jueves frente a la sede del PSPV-PSOE en Valencia contra los pactos de investidura del recién elegido presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que incluyen una ley de amnistía / Biel Aliño - EFE

Poco le importa a Sánchez lo que se diga de él, siempre y cuando pueda seguir siendo presidente del Gobierno. Poco le importa qué pactar y con quién pactar, con tal de mantenerse en el poder. Su palabra, y esto lo ha demostrado una y otra vez, vale muy poco. Igual que negó la amnistía antes de las generales, en 2019 negó también que fuera a pactar con Podemos, y negó que fuera a sentarse a negociar con EH-Bildu.

Ahora, sin embargo, Puigdemont va a quedar libre de pecado por sus crímenes en el Procés; Sumar se ha hecho con el espacio que Podemos ocupó en el anterior Ejecutivo; y EH-Bildu tiene en bandeja la alcaldía de Pamplona, y dentro de unos meses, si la cosa sigue igual, quizás incluso el Gobierno de Euskadi. Aunque esto supondría una ruptura total con los socialistas en todos aquellas instituciones donde comparten Gobierno. 

Quién sabe lo que durará esta nueva legislatura, y quién sabe los sacrificios que Sánchez tendrá que hacer para mantenerse en el poder durante el tiempo que sea necesario o que, por lo menos, él vea necesario. Es muy improbable que este mandato llegue a los cuatro años. No lo terminó tras la moción de censura a Rajoy; ni lo hizo en la anterior legislatura. Pero Sánchez agotará hasta la última de sus vidas, incluso si esto implica arrasar con todo.