Pepe, ¿quién necesita un golpe de estado?
- Nuestras constituciones están completamente inermes ante otras posibilidades de ser alteradas
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En la política contemporánea el golpe de Estado ha sido una de las vías más comunes de acceso al poder. Lo fue, casi por necesidad, en el siglo XIX cuando las constituciones eran programas de partido que bloqueaban la alternancia gubernamental producida mediante elecciones.
Entonces el liberalismo no entendía el sistema representativo como la adecuación del gobierno a la mayoría parlamentaria sino más bien al revés, de modo que a la oposición, normalmente la izquierda del liberalismo (los progresistas) no les quedaba otra que llegar al poder pasando por los cuarteles.
Ese mismo viaje de lo militar a lo político fue en el siglo XX profusamente utilizado para lo contrario, es decir, para terminar con los primeros sistemas políticos que entendieron que el liberalismo tenía que basarse en una determinación parlamentaria del ejecutivo.
El constitucionalismo europeo posterior a 1945, el que todavía hoy estructura a los Estados del continente, diseñó mecanismos de seguridad para evitar esa conexión entre cuarteles y política. Es el de los militares el caso de domesticación constitucional más visible: la política de defensa queda fuera de su competencia, no pueden ser representantes políticos y la jurisdicción militar está estrictamente reducida al ámbito castrense. Dicho de otra forma, no existe ni atisbo de un poder militar, solo oficio.
No es por ello extraño que la derecha, que en el siglo XX promovió la fusión entre política y ejército, haya contribuido a completar en las décadas finales del siglo la desmilitarización de la sociedad con la supresión del servicio militar obligatorio (Aznar en España y Berlusconi en Italia, por ejemplo).
A diferencia de los militares, los jueces sí son un poder del Estado, no un mero oficio. Un juez puede hacer lo que no puede un general: tomar por sí mismo decisiones de alcance político, que le afectan de lleno
Si se trata de influir en la política por una vía completamente ajena a ella, mucho más práctico resulta el uso de la influencia en el poder judicial. A diferencia de los militares, los jueces sí son un poder del Estado, no un mero oficio. Un juez puede hacer lo que no puede un general: tomar por sí mismo decisiones de alcance político, que le afectan de lleno.
El único caso en que encuentran un obstáculo es en la actuación contra representantes populares, que debe autorizarse por la cámara correspondiente. De ahí la necesidad, vital para la democracia, de que los jueces no arrojen ni sombra de sospecha de que sus actuaciones están motivadas por querencias políticas.
La actual evolución de la guerra en Europa, con una potencia militar en manos de un dictador agresivo como Vladimir Putin, puede inducir cambios en la previa desmilitarización de las sociedades europeas. En algunos países cercanos a la frontera rusa el servicio militar se ha restituido y en otros a media distancia se plantea la posibilidad. Sin embargo, no varía el fundamento constitucional de la domesticación de los militares como oficio y no como poder.
Por ahí no viene el golpe de Estado futuro. Todo apunta a que no se tratará de golpe en el sentido de una actuación puntual, con tanques en la calle, toma de centros estratégicos y derrocamiento del gobierno, sino más bien de influencia. Esta se gana hoy fuera de los circuitos políticos habituales, como el parlamento o la prensa.
Sería más exacto decir que lo que ha variado son precisamente los espacios políticos, donde se gana la influencia y desde donde es mucho más plausible conducir un proceso que lleve a una alteración completa del sistema político.
Lo preocupante es que si nuestras constituciones están diseñadas para contener a los militares en su acercamiento a la política, están completamente inermes ante esta otra posibilidad de ser alteradas mediante mecanismos de influencia política amplificada en un espacio tan asocial como las llamadas redes sociales. La opinión pública actual tiende a conformarse, paradójica y peligrosamente, en unos espacios diseñados para una sociabilidad asocial.
Elon Musk es el dueño de la más influyente de ellas y ahora es el agente político más relevante de la primera potencia mundial, ya veremos si incluso más que el presidente
Elon Musk es el dueño de la más influyente de ellas y ahora es el agente político más relevante de la primera potencia mundial, ya veremos si incluso más que el presidente. Acaba de anunciar que se rebautiza como Kekius Maximus, lo que podría parecer una excéntrica ocurrencia más. No lo es en absoluto. Es influencia política en estado puro.
Se acompaña de un meme de Pepe the frog, que la nueva extrema derecha se apropió precisamente en ese espacio que deberíamos llamar redes asociales. Ahí surgió también la expresión kek, de la que deriva su nuevo nombre. Cuando todo esto ocurre en el contexto de una promoción de la extrema derecha en Europa (en EEUU el trabajo ya está hecho) no es una ocurrencia. Pepe the frog y Kekius pueden y le van a hacer una campaña a la AfD en Alemania en un espacio totalmente inmune al control político.
Es la manera en que se va a pervertir la democracia liberal. Si tienes a Pepe, ¿para qué necesitas un golpe de Estado?