¡Qué rápido ha pasado 2022! Estamos ya de nuevo metidos de lleno en la Navidad, una época especial llena de buenos deseos, balances, solidaridad, regalos, consumo y…un montón de luces. Todas las ciudades compiten por ser la más y mejor iluminada y se reivindica el papel esencial de estas luces para impulsar el comercio en estas fechas. Hay casos, como el de Vigo, que se ha convertido incluso en un poderoso reclamo turístico y en el orgullo de su peculiar alcalde. La iluminación navideña es, a veces, casi un asunto de “Estado” creándose agrias polémicas cuando se retrasa su colocación o no se considera que está a la altura de las expectativas. Bien podría decirse que sin luces no hay Cuento de Navidad.

Ya lo siento, pero en este Cuento de Navidad voy a convertirme un poco en el señor Scrooge porque, sinceramente, creo que en este asunto tenemos que evolucionar y ser más innovadores para adaptar una tradición que tiene importantes impactos, y no precisamente positivos, tanto económicos como medioambientales. Es curioso como después de más de un año de crisis energética en el que todas las instituciones abogan por un consumo responsable e implementan importantes medidas de ahorro, esta tradición sigue desarrollándose sin apenas cambios, ligando su mantenimiento a la supervivencia del comercio urbano. Es verdad que, en los últimos años, al menos la mayoría de estas luces ya son leds de bajo consumo, pero siguen gastando energía y emitiendo miles de toneladas de CO2 a la atmósfera, además de suponer un importante coste a las arcas públicas, en el caso de las 3 capitales vascas más de 700.000 euros anuales.

La tradiciones son muy importantes, pero aún es más importante saber adaptarlas a una época como está en la que la lucha contra el cambio climático debe hacerse desde todos los frentes y manteniendo al máximo la coherencia. La Navidad es mucho más que luces y me niego a creer que solo se mida su éxito  por el número e intensidad de la iluminación de nuestras calles. Les voy a poner un ejemplo de distintas maneras de abordar este tema en dos ciudades vecinas: Vigo y Pontevedra. El Ayuntamiento de la primera ha convertido las luces de Navidad en su principal campaña anual y asegura que la inversión de casi 1 millón de euros realizada tiene un importante retorno económico.

Mientras, el consistorio de la capital de la provincia ha retrasado este año hasta el 15 de diciembre la iluminación de sus calles para intentar reducir la factura y el impacto medioambiental. No conozco el balance turístico anual de las 2 capitales, pero si que conozco la abismal diferencia que hay en sus índices de sostenibilidad y calidad de vida.

La vida en las ciudades y el dinamismo en el tejido urbano no se recupera con uno o dos meses de iluminación navideña

Además de Pontevedra, otras ciudades han retrasado este año el encendido de las luces e incluso han adelantado su apagado, como Bilbao, Donostia-San Sebastián y Vitoria-Gasteiz. Estoy seguro de que se puede pensar en más alternativas y otras opciones imaginativas para hacer brillar la Navidad e impulsar unas compras más sostenibles en el comercio local sin competir cada año en ver quién tiene el árbol o las bolas de Navidad más grandes. Deberíamos empezar por acordarnos del comercio local todo el año, implantar políticas que favorezcan su desarrollo y cambiar hábitos de consumo en los que priman el monopolio de la compra on line, convirtiendo nuestras calles en autopistas de reparto

La vida en las ciudades y el dinamismo en el tejido urbano no se recupera con uno o dos meses de iluminación navideña. Debemos y podemos estudiar nuevas formas de vivir la Navidad y de racionalizar esta costumbre que creo que a algunas ciudades se les está yendo de las manos. ¿Tiene sentido seguir incrementando las partidas para este aspecto cuando hay ya muchos municipios que se están planteando la incorporación de sensores en el alumbrado urbano para que la intensidad de la luz pueda ser menor y sólo se incremente al paso de las personas? ¿Los adornos navideños tienen que ir siempre enchufados? 

Ahora que estamos a punto de acabar 2022, es el momento también de hacer una lista de buenos propósitos para  el año que viene y sería muy conveniente ver como podemos ir haciendo más sostenibles nuestras navidades. Cuestiones como el consumo responsable, un menor gasto energético, la reducción, la reutilización y el reciclaje de los residuos son aspectos con un amplio margen de mejora en esta época. Creo que, al igual que en el Cuento de Navidad de Dickens, debemos cambiar las navidades actuales para que las futuras no se conviertan en una película de terror que incremente aún más los graves problemas de la Tierra. Es una cuestión de neuronas no de watios. La transformación y la innovación es también fundamental en este campo. Cambiemos el Cuento de Navidad para seguir teniendo un planeta en el que celebrarla.