Alberto Alonso, director de Gogora
Alberto Alonso, director de Gogora: “El discurso político se apropia de un tipo concreto de víctimas”
Alonso defiende que todas las víctimas merecen el mismo reconocimiento y que el dolor no entiende de contextos
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- ¿Cómo gestiona Gogora el reconocimiento a las distintas víctimas del terrorismo? La izquierda abertzale critica que se da mayor visibilidad a las víctimas de ETA que a las del GAL o el franquismo…
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Es fundamental que sepamos explicar qué es una víctima y darles reconocimiento. Una víctima es aquella persona que ha sufrido un daño injusto por parte de un tercero y que ha visto violado un derecho básico fundamental. Todas las víctimas tienen derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación. Todas por su condición de víctima. Lo que las diferencia a una de otras es el contexto en el que un tercero cometió contra ellas un daño injusto.
Por tanto, una víctima de franquismo, de los GAL, una víctima de torturas policiales, una víctima de ETA… Todas tienen la misma condición, que es la de ser víctimas y no hay nada que equilibrar. El desequilibrio, en todo caso, lo hemos generado la sociedad. Y sobre todo, más que la sociedad que no quisiera ser injusto en su conjunto, lo ha generado la política.
- ¿Dice que es más bien un constructo social y político…
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Más que un desequilibrio, lo que existe es una visión diferenciada de las víctimas, muchas veces precedido por intereses políticos, por discursos que se arriman o se apropian de un tipo concreto de víctimas hacía una visión concreta de la política. Pero ese es un problema social y político; el desequilibrio no está en las víctimas.
Es más, yo creo que las víctimas están años luz de todo esto. Quien ha perdido a un hijo, a una madre, a una pareja de manera injusta… Comprenden, quizá mejor que nadie, que el dolor no entiende de contextos. Que es un dolor universal. Esta comprensión se puede ver en actos íntimos de víctimas del terrorismo.
Sin embargo, la sociedad y la política sigue empeñada en encasillarlas. Lo vemos cuando, por ejemplo, un portavoz político saca fotos de determinadas víctimas en el Congreso: está apropiándose y enfrentándolas a otras.
Alberto Alonso, director de Gogora
- ¿De qué manera trabaja Gogora junto a las víctimas y sus familias?
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Gogora trabaja sobre todo en una de las tres grandes demandas de las víctimas: la verdad. Digamos que nuestro trabajo es explicar la verdad. La Justicia y reparación pertenecen más al ámbito judicial y político. Nuestra tarea se centra en explicar la verdad a través de la construcción de la memoria. Lo primero que se pregunta una víctima es: ¿Por qué? ¿Por qué me ha pasado esto? ¿Por qué esta mañana tenía un padre y, tras una explosión, ya no está? Esto es parte del trabajo que tiene que hacer Gogora.
Nuestro trabajo es dar contexto, construir un relato riguroso y comprensible de lo ocurrido. Porque sin ese contexto la víctima queda aislada como un concepto abstracto. Y eso dificulta enormemente cualquier proceso de sanación. Puede no ser justicia penal, pero sí hay una reparación moral y social.
Recuerdo un caso en un pueblo extremeño, donde se reconoció oficialmente la condición de víctima a un hombre fusilado. Su hijo nos dijo que iba a poner un cartel en todos los bares del pueblo, porque por fin se demostraba que su padre no había sido lo que la gente creía. En ese momento, para él, todo cobró sentido. Ese reconocimiento le devolvió el honor a su padre. Y eso también es reparación.
- ¿Cuáles son los principales obstáculos y riesgos en torno a la memoria?
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Cada víctima tiene su propio contexto, y cada periodo histórico plantea dificultades distintas. Aunque las mayores dificultades son el tiempo y la dispersión. En el caso de las víctimas del franquismo, el mayor obstáculo es el tiempo.
Hace poco entregamos los restos de una víctima identificada. Su familia se exilió tras la muerte de su padre y ahora son los nietos, que viven en Pau (Francia), quienes han recibido los restos y los han enterrado allí. Ahora son ciudadanos de allí. Son familias que se han dispersado.
Muchas familias venían de la Extremadura profunda, de La Mancha y de algunas zonas de Andalucía, donde hoy en día es muy difícil localizarlas, porque muchas se marcharon hace 50, 60 o incluso 70 años. Algunas de ellas, tras la muerte de sus familiares en la cárcel de Orduña —señalados como "rojos"—, sabían que lo único que les esperaba era la miseria, así que se huyeron.
Entonces, la primera pega que nos encontramos es que encontrar a esas familias es muy difícil. Esa es, sin duda, la gran dificultad.
- Es un trabajo muy bonito…
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Sí, lo es. Es un trabajo muy bonito: buscamos caso por caso, familia por familia, porque tenemos los nombres, los apellidos, los lugares de nacimiento… Y, afortunadamente en Euskadi no nos encontramos la resistencia social que sí existe en otras partes de España, donde la derecha y la ultraderecha se oponen constantemente a este tipo de labores.
Aquí, en cambio, existe una conciencia social amplia sobre la necesidad de cerrar estas heridas.
- ¿Qué medidas concretas se están implementando actualmente?
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Por ejemplo, con el atentado de la Cafetería Rolando, intentamos explicar que ETA tuvo muchas oportunidades de dejar las armas, pero siempre existió una minoría radicalizada que decidió seguir matando. Hemos avanzado mucho, pero también es cierto que esa herida aún supura y muchos de los que tuvimos que soportar aquello seguimos vivos.
Aquí también radica uno de los mayores obstáculos: saber tratar estos temas con la sensibilidad y la delicadeza necesarias para no hacer daño a las víctimas, pero también con la firmeza suficiente para impulsar —y provocar, en el mejor sentido de la palabra— un debate social.
Muchas veces tengo la sensación de que la verdadera asignatura pendiente no está en las víctimas, sino en la sociedad. Las víctimas, en su mayoría, han hecho un camino larguísimo y muchas veces incluso te manifiestan el cansancio.
- La delegada del Gobierno en el País Vasco, Marisol Garmendia, dijo que se estaban homenajeando a trasterrados de Euskadi. ¿Cómo se está abordando desde Gogora el reconocimiento a estas víctimas?
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Creo que el término 'homenaje' está muy manoseado. Antes de hablar de homenajes, lo fundamental es el reconocimiento, dotarlas o entregarles la condición de víctima. Muchas personas ni siquiera saben que son víctimas y lo primero es reconocerlo.
A partir de ahí, creo que el homenaje depende de la ejemplaridad de la víctima. No todas las víctimas lo quieren ni lo necesitan. De hecho, el término me lleva a una idea de héroes y villanos y en una sociedad democrática no necesitamos ni héroes, ni villanos. Lo que necesitamos es un Estado de derecho y que las personas hagan dentro de esos márgenes lo que quieran.
- ¿Qué opina sobre la concesión de terceros grados a tres presos de ETA, especialmente considerando que la Fiscalía recurrirá el caso de Eneko Gogeaskoetxea?
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Nosotros sobre aquí no tenemos un posicionamiento más allá de asumir que hay que cumplir la ley en todos los sentidos. Igual que en su momento se aplicó a ellos todo el peso de la ley por los delitos que cometieron —asesinatos, extorsiones y colaboración—. Ahora también nos toca a nosotros cumplir la ley y si la ley contempla la posibilidad de conceder estos tres terceros grados no hay que prevaricar.
Alberto Alonso, director de Gogora
- ¿Cómo valora la reducción de la condena a dos años, frente a los casi seis que solicitaba la Fiscalía, para seis exmiembros de ETA y Sortu por el reconocimiento del daño causado a las víctimas con los ‘ongi etorris’?
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La diferencia con los terceros grados es que, en el caso de los Ongi etorris, no existe ninguna ley que los regule. Una cosa es cumplir con lo que establece la legislación penitenciaria —que define cómo debe ser el tránsito dentro del sistema, cuándo corresponde un tercer grado, cuándo procede la salida, etc.— y otra muy distinta es la celebración pública de esos retornos.
No se puede castigar socialmente a una persona de por vida, ni señalarla permanentemente por algo que hizo en el pasado. Ahora bien, otra cosa muy distinta son los ongi etorris que no deja de ser un reconocimiento social de un preso. Es una forma de homenaje que implica una revictimización: la víctima se ve obligada a presenciar cómo se homenajea públicamente a quien le causó tanto sufrimiento.
- ¿Por esto no le gusta el término ‘homenaje’?
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Que la Audiencia Nacional haya reconocido que los ongi etorris suponen un dolor para las víctimas es un paso. Aquí hay un mensaje: quienes salen de prisión son victimarios que causaron un daño.
Hasta ahora eran ensalzados, como modelos a seguir, y este es el gran problema de los héroes y villanos, que cuando creas un héroe creas un modelo a seguir. Un estereotipo absolutamente polarizado y caricaturizado.
Por eso, si desde el entorno de la izquierda abertzale se empieza a reconocer que los ongi etorris han causado dolor a las víctimas, creo que estamos ante un paso interesante de reconocimiento de la verdad y de que hubo dolor.
- Puede que ese reconocimiento del daño causado sea para lograr la rebaja de la condena…
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Es cierto que, en un juicio, el acusado puede dejarse llevar por intereses personales. Pero al final, el tiempo pone a cada uno en su lugar. Yo siempre digo que la batalla de la historia ya está y que ahora queda la batalla de la sociedad. Como dice el refrán, “por tus hechos te conocerán”. Esto no va solo de un día ante la Audiencia Nacional, va de lo que se hace después, todos los días, día a día, en la vida real.
Si con el tiempo se acaba viendo que todo lo que dijeron no era sincero… bueno, somos adultos, lo entendemos perfectamente. Por eso quiero pensar que ese reconocimiento del dolor tuvo algo de honestidad y que hubo dolor.
- ¿Cómo se está abordando la educación sobre el terrorismo en los colegios? ¿Por qué son tan relevantes en la transmisión de la memoria?
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Lo que no podemos hacer es culpar a los jóvenes de nuestras ineficacias o dejaciones. Si los jóvenes no saben es porque nadie se lo ha explicado. Muchas veces me parece que somos injustos. Igual el trabajo era de los padres y de las madres y de las instituciones y de todo el mundo en haberlo explicado.
Yo soy un firme compendio de la construcción de la memoria, y la memoria no se esculpe en una piedra. La memoria está viva. Es una visión reflexiva y crítica. Cada uno le hace sus propias preguntas. Y los jóvenes tienen todo el derecho a hacer sus propias preguntas. Pero para ello es necesario que les expliquemos con rigor.
Hay que dejarles muy claro cuáles son las bases de una memoria para la convivencia y advertirles de los riesgos cuando consideran que su forma de mirar al pasado es superior a la del otro. Hay que hacerles conscientes del dolor que eso puede causar en el de al lado. Ya hemos pasado por esos camino y nos generó mucho dolor y sufrimiento. Ellos tienen que saber esto. Y, a partir de ahí, que cada generación haga su propia memoria.