Hace un par de semanas se entregaba el premio empresario vasco del año a Mariano Ucar, un abogado especializado en derecho mercantil que actualmente preside la farmacéutica Faes Farma. Al recoger el premio él mismo reconoció que lo suyo fue un ascenso por "invitación" y que nada tiene que ver con el típico fundador de empresa que arriesga su dinero, muchas veces todo su patrimonio, para hacer realidad un sueño. Sin menospreciar su labor, que es sobresaliente, lo que ha quedado claro es que en Euskadi hoy en día hay un déficit de empresarios.
A muchos se los cargó el terrorismo, un escalofriante hecho que ha quedado incluso novelado en libros como 'Patria' o 'El purgatorio'. Otros se han asfixiado, una gran parte antes incluso de emprender, en una sociedad que premia al funcionario y pone todo tipo de trabas al que se arriesga para crear una empresa. Quizás sea tan emprendedor el que se deja dos años de su vida para preparar una oposición, pero es indiscutible que la seguridad que le otorga después el puesto conseguido no es el mejor incentivo para la iniciativa personal.
Esa concepción del ciudadano programado para estudiar una carrera universitaria y después trabajar en una compañía de renombre genera un exceso de empleados y un déficit de dirigentes dispuestos a asumir responsabilidades.
Por no hablar de la cultura que se ha extendido por toda la sociedad tras una dictadura paternalista que solo queremos enterrar a título ideológico. Esa concepción del ciudadano programado para estudiar una carrera universitaria y después trabajar en una compañía de renombre genera un exceso de empleados y un déficit de dirigentes dispuestos a asumir responsabilidades. De ahí que entre los inmigrantes que llegan a Euskadi haya hoy muchísimas más vocaciones emprendedoras que entre los locales.
Uno de cada diez puestos de trabajo que se crean en Euskadi es público y casi otro más lo es en sociedades dependientes de alguna institución. Son además las ocupaciones mejor remuneradas y más protegidas, lo que supone un evidente atractivo para los mejores jóvenes que tienen mejores curricula. En Euskadi sigue subiendo el número de funcionarios mientras el de autónomos no deja de caer. En noviembre se perdieron casi 100 cada 24 horas.
Decía Ucar en su discurso que fueron los consejeros de la empresa, a los que conocía por su labor como abogado de la firma, los que le invitaron un día a convertirse en presidente de Faes Farma. Y él ha sido un excelente gestor, capaz de de sacar el máximo partido a una empresa que había nacido en 1933 en un laboratorio farmacéutico de Bilbao, el de los Fernández Valderrama, y que había ido comercializando productos ajenos y desarrollando algunos propios hasta llegar a la bilastina, un atihistamínico que actualmente se vende en medio mundo.
Ucar ha sabido potenciar la capacidad de producir huevos de esa gallina hasta triplicar la facturación desde su llegada a la presidencia. Es lo que se espera de un buen gestor y que seguramente habrá tenido su premio hasta convertirle en el segundo mayor accionista de la compañía, por delante incluso de la familia Basagoiti, muy ligada históricamente a Faes Farma y que aún mantiene a uno de sus miembros, una hermana del ex candidato a lehendakari, en su consejo de administración.
Pero la diferencia entre empresario y directivo no está tanto en la gestión como en la creación. El primero funda y arriesga, mientras que el segundo vende y gana dinero. El empresario gasta pensando en el futuro y disponer de caja para poder seguir haciéndolo se convierte en una especie de obsesión. Al directivo, por el contrario, le interesan el margen y los beneficios que genera para mantener contentos a los accionistas, que en empresas históricas como Faes Farma suelen ser rentistas hijos o incluso nietos de los fundadores originales.
El caso de Ucar es extrapolable al conjunto de una sociedad en la que muchas empresas solo hacen I+D porque así reciben subvenciones y en la que el empresario se ha convertido en el recurso escaso.
Algo de esto le ocurrió a Ucar cuando poco después de asumir la predidencia de la compañía decidió eliminar el departamento de I+D. Fue una forma rápida de aumentar el margen. Afortunadamente, con el tiempo se fue dando cuenta de que los productos de Faes, con la notable excepción de la bilastina, son ya muy maduros. Y a su antihistamínico tampoco le queda tanto tiempo, una vez agotada su patente en España.
Así que, además de internacionalizarse para seguir explotando la bilastina en otros países, a Ucar no le quedaba más opción que comprar licencias de terceros e incluso otras compañías o volver a innovar. Ha recurrido a la primera opción, lo que ha supuesto una expansión hacia la salud animal, y finalmente ha recuperado la inversión en I+D, quizás con cierta sensación de culpabilidad por parte de un ejecutivo que pronto se jubilará y no quiere dejar a Faes con muchos huevos pero pocos pollitos que puedan convertirse en gallinas.
El caso de Ucar es extrapolable al conjunto de una sociedad en la que muchas empresas solo hacen I+D porque así reciben subvenciones y en la que el empresario se ha convertido en el recurso escaso. Últimamente se habla mucho de la pérdida del talento vasco, que huye hacia otros destinos que ofrecen mayores expectativas laborales. No hay que olvidar que en otros tiempos fue al revés, fuimos un polo de atracción de profesionales, precisamente porque había empresarios que crearon compañías como Faes Farma.