"Cerrará a finales de este año", me dijo la dueña, Marian Vallejo, cuando fui con mi aita y ama a rememorar su adolescencia. Tristeza en el ambiente. Muchas preguntas. Con ella se irá más de medio siglo de venta de vino en porrones, gildas y bocatas de bonito y divisa. Porque no, no le hizo falta tener una carta extensa para ganarse el cariño de los bilbaínos.
No tiene ningún cartel, ningún nombre en la fachada. Es todo un misterio. El Palas. Así lo llaman algunos, como las cuadrillas que frecuentaban este pequeño rincón de la calle Licenciado Poza, 3, allá por los años 70. Con ese nombre se ha quedado. Así lo llamaba, también, mi aita, que iba desde chico con sus amigos.
El bar que mantiene su esencia
No ha cambiado nada, mantiene su mostrador de madera, la decoración, los enormes barriles y las baldosas. Dentro, mi aita destaca una de las mesas, ya apartada, del local. Era la misma que estaba cuando tenía 27 años, la que se colocaba en medio del local y en la que se servían decenas de bocatas de bonito. Cómo se acuerda, vaya si lo hace. No tarda en pedirse un porrón con un poco de vino. No puede permitirse ver cómo desaparece su adolescencia ante sus ojos.
Recuerda las conversaciones entre trago y trago, un suelo lleno de cáscaras de cacahuete y me describe la historia que hay detrás del nombre: Palas, en referencia a la manera de nombrar 'palacio' en inglés. O eso cree, porque todo es un misterio.
Han sido muchos años, 73 en concreto, desde que este local aterrizó en pleno centro de Bilbao, justo en el mismo sitio donde se encontraba el popular Teatro Circo del Ensanche y de la mano de su fundador, Luis Vallejo. Después de tanto, de unas cuantas risas y de unas cuantas anécdotas, se va otro de los de toda la vida. Un lugar más para el recuerdo.
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