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El verano trae consigo una transformación del ritmo cotidiano: más horas al aire libre, escapadas familiares, chapuzones interminables. Las rutinas se relajan, los días se alargan y el tiempo libre se llena de actividades recreativas que, sin duda, benefician el desarrollo físico y emocional de los niños. Sin embargo, este cambio en el estilo de vida también demanda una mayor atención por parte de los adultos, ya que el entorno estival, aunque estimulante, conlleva ciertos desafíos para la salud infantil que no deben subestimarse.

La exposición prolongada al calor, al sol, al agua o a ambientes poco higiénicos puede afectar el equilibrio del organismo de los más pequeños. Las altas temperaturas pueden causar golpes de calor o deshidratación, mientras que el contacto frecuente con el agua, especialmente en piscinas públicas o naturales, aumenta el riesgo de infecciones en la piel, oídos y vías respiratorias. Además, los cambios en la alimentación, el sueño o la higiene durante las vacaciones pueden debilitar el sistema inmunológico, volviendo a los niños más vulnerables a virus y bacterias. Por eso, es fundamental combinar el disfrute del verano con medidas preventivas que garanticen su bienestar.

Impétigo, una infección inesperada

Entre las afecciones más comunes de la piel durante el verano destaca el impétigo, una infección cutánea contagiosa que afecta sobre todo a niños. Tal como explica la doctora Raquel Fernández, jefa del servicio de Pediatría del Hospital Quirónsalud Bizkaia, “las lesiones pueden surgir en cualquier parte del cuerpo, aunque suelen aparecer en zonas visibles como la nariz, la boca, los brazos o las piernas”.

Al principio, estas lesiones se confunden con un granito o una pequeña ampolla, pero rápidamente evolucionan hacia una herida costrosa, húmeda y de tono amarillento. Su tratamiento requiere antibióticos, ya sea en crema o por vía oral, dependiendo de la extensión. La higiene adecuada es fundamental para prevenir su aparición: lavado frecuente de manos, desinfección de heridas y cuidado de rozaduras.

Diarrea infantil: agua para combatirla

El calor, los cambios en la alimentación y el contacto con superficies no higiénicas también pueden derivar en episodios de diarrea aguda. Según la doctora Fernández, esta se caracteriza por deposiciones más blandas o líquidas de lo normal, a menudo acompañadas de dolor abdominal, fiebre o vómitos.

Aunque suele tratarse de una infección vírica, en algunos casos hay bacterias o parásitos implicados. La clave está en mantener la hidratación del niño. Si el caso es leve, basta con ofrecer agua regularmente; si es más intenso, conviene utilizar soluciones de rehidratación oral. No es necesario imponer dietas estrictas: el niño debe comer lo que tolere, evitando únicamente los alimentos grasos o muy azucarados.

Otitis: cuando el agua se convierte en tu peor enemigo

El contacto frecuente con piscinas o playas puede terminar en dolor de oídos. La famosa otitis externa, causada por la entrada de agua en el conducto auditivo, se presenta con dolor intenso, taponamiento, secreciones y picor.

La doctora Jennifer Cueva, especialista en Otorrinolaringología del Hospital Quirónsalud Plaza Euskadi, recomienda secar bien los oídos y evitar el uso de bastoncillos, que pueden agravar la situación. Ante los primeros síntomas, el tratamiento suele consistir en gotas óticas antibióticas, a veces combinadas con corticoides para reducir la inflamación.

Conjuntivitis: ojos irritados por el sol y el cloro

Los ojos de los niños no escapan a los efectos del verano. El sol, el cloro de las piscinas o la arena pueden provocar conjuntivitis, con síntomas como picazón, enrojecimiento y secreción.

Los especialistas recomiendan extremar la higiene ocular, evitar el uso compartido de toallas y realizar lavados con suero fisiológico. Si las molestias no ceden, conviene acudir al pediatra para una evaluación más precisa.

Golpe de calor: la amenaza invisible

El enemigo más peligroso del verano es quizá el más silencioso. El golpe de calor ocurre cuando el cuerpo del niño se sobrecalienta por exposición prolongada a altas temperaturas o esfuerzo físico sin una correcta hidratación. “Los más vulnerables son los menores de cuatro años, especialmente los lactantes, cuyo organismo no regula bien la temperatura”, advierte el doctor David Rivera, pediatra del Hospital Quirónsalud Bizkaia.

Los síntomas van desde mareos y fiebre hasta vómitos, cefalea, taquicardia, y en los casos más graves, desmayos o pérdida de conciencia. Ante cualquier señal de alarma, es vital refrescar al niño, mantenerlo en un lugar fresco y acudir al médico de inmediato.