Pradales será lehendakari, Otxandiano ya grita "independencia" y otras lecciones del 21-A
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Este domingo en Euskadi vivimos una noche electoral para la historia. El PNV logró resistir y empató con EH Bildu, que alcanza su techo histórico y ya roza con las manos, aunque todavía no es suya, la hegemonía. Fue un recuento de infarto que terminó una vez más al revés de lo que decían las encuestas. Reminiscencia de 2001. Los jeltzales siguen primeros.
De alguna manera, los dos partidos nacionalistas ganaron en esta cita con las urnas. Uno porque cosecha un resultado inaudito para la vieja izquierda abertzale que parecía impensable hace un año. El otro porque salva los muebles contra pronóstico y conserva el poder una vez más.
¿Fue la negativa de Pello Otxandiano a llamar a ETA por su nombre lo que impidó el sorpasso o fue la fortaleza peneuvista? Difícil saberlo, quizás una mezcla de ambas cosas; pero está claro que tumbar a los jeltzales son palabras mayores. De las 60 elecciones celebradas en Euskadi hasta este domingo, se habían impuesto en 54. Ya son 55 de 61. O sea, toca adaptar la manida frase de Lineker: la política aquí es algo en que juegan unos cuantos pero donde siempre gana el PNV.
Con toda seguridad Imanol Pradales Gil, de ocho apellidos castellanos pero con hondas convicciones nacionalistas, se convertirá en el sexto lehendakari de la democracia. Y lo hará porque su formación pactará con un PSE que logró un gran resultado en estas elecciones. Eneko Andueza y los suyos subieron 20.000 votos y dos escaños (de 10 a 12) en una campaña polarizada entre los dos primeros y en un contexto de desgaste del PSOE en casi toda España. Habrá más consejerías socialistas en el próximo Ejecutivo.
Claro que si hablamos de subidas en apoyos, la palma se la lleva Bildu, no puede negarse. La plancha encabezada por Otxandiano logró 90.000 votos más que en 2020 y se queda a 30.000 de su eterno rival. Tanta era la felicidad en las filas de la coalición abertzale que durante los discursos de su líder carismático, Arnaldo Otegi, y de su delfín-candidato se escucharon gritos fervorosos de "independencia". Esa palabra que Bildu evitó toda la campaña y que ni siquiera lleva en su programa electoral. O sea, con la euforia todo quedó más claro. Fuera caretas aunque sigan las camisas blancas.
Mejoró mucho en votos el PP de Javier de Andrés, con 37.000 sufragios más y un aumento de más de dos puntos en porcentaje, pero sólo con un escaño más. Los populares no podían disimular su malestar, porque no serán decisivos para la gobernanza de Euskadi y porque no han acabado con Vox, que conserva su escaño porque el sistema electoral vasco es así de caprichoso.
A la izquierda del tablero, el desastre esperado: Podemos desaparece y Sumar se cuela en la Cámara con un solo escaño que ni siquiera será el de su candidata. Cuando iban juntos, tenían seis. Su división sólo ha beneficiado a Bildu. Unos y otros se lo tienen que hacer mirar.
Habrá más tiempo de reflexionar sobre otras cuestiones relevantes como el factor Urkullu -cargarte a tu mejor activo cuando tu rival está en auge parece suicida- o como a qué obedece realmente la nueva foto del Parlamento vasco -servidor cree que la clave está en el desgaste del PNV y no tanto en las bondades de Bildu-, pero como última lección tengamos en cuenta un dato demoledor: la abstención fue del 37%. Es un porcentaje mayor que el conseguido por cualquier partido. Es un síntoma de desconexión entre la ciudadanía y los políticos. Es la peor de las lecciones posibles.