La cosa está que arde en no pocos despachos de las élites políticas y económicas de Euskadi. Porque empieza a recorrerlos una especie de temor creciente a que algunos empresarios pongan pies en polvorosa. Algunos ya le llaman 'el síndrome Ferrovial', a raíz de que la empresa de Rafael del Pino haya decidido trasladar su sede social para pagar menos impuestos. 

Los beneficios fiscales de tributar en nuestras amadas tierras vascas son una suerte de bulo que ya casi nadie se traga. Y ahora que el impuesto a los ricos y las grandes empresas está en marcha, las fortunas vascas miran hacia otros lares... ¿Han oído hablar del chollo irlandés? No sólo de Países Bajos vive el empresario con pasta gansa... Por ello, políticos de todo color y condición, que se barruntan la que se avecina porque ya saben de algunos casos en marcha en Euskadi, machacan a Del Pino y los suyos por haber servido de malvado ejemplo para el personal... 

Claro que las acusaciones a 'Delpi' y los suyos chocan con una realidad relacionada con el caso y que es innegable: el célebre arraigo en Euskadi se va difuminando. Muchos se han ido ya, mejor ni recordamos los ejemplos más sangrantes para que nadie se nos enfade. ¿Les suena Siemens Gamesa? Ay, qué cosas pasan. En todo caso, lo peor es que otros acabarán yéndose, aunque no queramos asumirlo. ¿Les suena Mercedes? ¿Se han dado cuenta de que cada vez la planta de Vitoria tiene menos exclusividad sobre los productos? En fin, no adelantemos acontecimientos, pero vamos, que blanco y en botella... 

No hablemos de nombres para no alimentar el nerviosismo mencionado, pero asumamos ya de una vez por todas que vivimos en un mundo globalizado, sin fronteras apenas para las empresas (y ojo, servidora cree que así tiene que ser), donde el arraigo suena a chiste de mal gusto, aunque los patriotas lo vivan con disgusto.